Trabalhadores consertam um transformador

Masterclass del fin del mundo

conflictos sociales en Brasil durante la pandemia

Por un grupo de militantes en la neblina

marzo de 20221

 

“Brasil no es un terreno abierto donde pretendemos construir cosas para nuestra gente. Tenemos que deconstruir mucho. Deshacer mucho. Entonces podemos empezar a hacerlo. Que sirva para que al menos pueda ser un punto de inflexión”. Con estas palabras abrió Jair Bolsonaro la cena ofrecida por la embajada de Brasil durante su primera visita a Washington en marzo de 2019.2

Exactamente un año después, se confirmó la primera muerte por covid-19 en Brasil. El panorama apocalíptico que anunciaba la noticia de la pandemia en el exterior contrastaba todavía, aquí, con la continuidad inalterada de la rutina. El contraste de la escena creó una atmósfera de aprensión, que se hizo más fuerte cada día. El hacinamiento obligatorio en lugares de trabajo cerrados, como fábricas, centros comerciales y oficinas, así como autobuses y trenes invariablemente abarrotados, proporcionaron la imagen desgarradora de la propagación de una enfermedad aún desconocida. Fue en una empresa de telemercadeo en Bahía donde la tensión rebasó por primera vez: los operadores abandonaron sus puestos y salieron a las calles exigiendo medidas de cuarentena. En pocas horas, la escena se replicó en call centers de Teresina, Curitiba, Goiânia y otras ciudades del país. Los videos de los paros, que se viralizaron en grupos de operadores en WhatsApp y Facebook, indicaban una solución muy concreta a esa situación desesperada: ¡literalmente, irse!3

El coronavirus dio aires premonitorios a los términos de la carta anónima – más precisamente un “último grito de auxilio” – que los empleados de una cadena de librerías habían lanzado en febrero de 2020, tras una abrumadora sesión de acoso. Es sintomático que, incluso antes de la pandemia, calificaran la experiencia al interior de la empresa como una “masterclass del fin del mundo”. Pero “el gran problema del fin del mundo”, concluyeron, “es que alguien tendrá que quedarse para barrer”4. De hecho, cuando nos vimos ante una calamidad biológica, pocas semanas después, los “empleos de mierda” continuaron la toma de rehenes5 para mantener el negocio al día.

La comparación de los centros de telemercadeo con las senzalas [alojamientos de esclavos] y las prisiones, tan común en el repertorio de bromas de los operadores, encontró ahora una brutal confirmación. Para muchos de ellos, huir del trabajo6 aparecería como último recurso para no morir en el centro de atención. A pesar del decreto presidencial, que incluyó al sector entre los servicios esenciales poco después de los paros, lo que se vio en las siguientes semanas fue un vaciamiento de los call centers. Mientras muchos trabajadores comenzaron a presentar certificados médicos (reales o fraudulentos), a ausentarse sin justificación o a pedir la baja, las empresas respondieron con soluciones precarias de trabajo a distancia, vacaciones colectivas y despidos.7 La presión de las protestas se diluyó en la desagregación que ya era tendencia en el ramo y se aceleró con el virus.8

Tan rápido como la pandemia erosionó las condiciones laborales en las más diversas áreas, la vida se fue acomodando a la “nueva normalidad”. Entonces vimos a los trabajadores regresar del lay-off para exponerse a la infección, pero agradecidos de tener un empleo aún, en un escenario de cierre de fábricas; profesores que cuestionaban el aprendizaje a distancia pasaron a participar de manera proactiva en la nueva rutina; a buena parte del remanente de la avalancha de despidos, en el sector servicios, someterse al programa de reducción de jornada y salario, diseñado a pedido del gobierno federal (aunque, en la práctica, la jornada laboral en la empresa no cambió). Y si las huelgas de choferes y cobradores de autobuses se hicieron cada mes más frecuentes en todo el país durante 2020, es porque era la única vía que quedaba para garantizar salarios en un contexto de reducción de pasajeros y crisis del sector.9

El poder destructivo del coronavirus se combinó, aquí, con la ola de devastación que ya estaba en marcha. Salida de emergencia desencadenada por el capital en respuesta a la revuelta social que estalló en 2013, este “movimiento de destrucción de fuerzas productivas” encontró en las elecciones de 2018 una personificación en la figura incendiaria de un capitán retirado.10 En la imposibilidad de gestionar la crisis, es la crisis la que se convierte en un método de gestión. Donde se podría haber visto un gobierno ineficiente, nuestro autoproclamado agente de la deconstrucción revela una eficiencia negativa: el caos ya es un método11 y “no gobernar es una forma de gobierno”12. Al crear sistemáticamente obstáculos a las recomendaciones científicas para el control de la pandemia, Bolsonaro nunca fue propiamente un “negacionista”; por el contrario, “es más bien un vector del propio virus, su identificación con el virus es integral”13. “Soy capitán del ejército, mi especialidad es matar, no curar a nadie”, gritaba aún en 2017.14

En agosto de 2020, cuando Brasil se acercaba a la cifra de 100.000 muertes registradas por covid-19, las encuestas alertaban sobre otro índice preocupante, al revelar que menos de la mitad de la población en edad de trabajar estaba trabajando.15 Si la caída de la tasa de ocupación a los niveles más bajos de la historia reciente podría verse como una aceleración de la eliminación de los trabajadores desechables, bajo otros ojos, sin embargo, el mismo escenario devastador estaba produciendo algo nuevo… “Ya víamos en Brasil un escenario prometedor para esta nueva forma de trabajo y la pandemia hizo que más personas buscasen otras formas de realizar sus actividades y generar ingresos”, explicó el vicepresidente de expansión internacional de una aplicación utilizada por empresas para contratar freelancers en 160 países, que ahora llegaba a Brasil.16 Después del apocalipsis, ¿Uber?

Brasil está on17

“¡Queremos trabajar!”, reclamaron decenas de vendedores ambulantes, quienes, en febrero de 2020, invadieron las vías de la Estación Luz, en el centro de São Paulo, en protesta por la operación de la nueva empresa de seguridad tercerizada para reprimir a los vendedores ambulantes en los trenes – actividad que, según las reglas del ferrocarril, es irregular.18 En pocas semanas, con la llegada del nuevo virus, la misma consigna volvería a resonar en medio de las bocinas de caravanas convocadas por bolsonaristas para exigir la reapertura del comercio. Al oponerse a las políticas de aislamiento implementadas por alcaldes y gobernadores, Bolsonaro no solo satisfizo los deseos de los pequeños patrones jefes, sino que también jugó con la situación de “aquellos que dependen de la corrida diaria changueando para sobrevivir y no tienen otra perspectiva que la miseria frente a la pandemia”.19

Si la perspectiva de lucha que despertaba en los call centers no se generalizó, es porque la exigencia de la cuarentena no asumiría fácilmente aires huelga allí donde el trabajo hace tiempo que escapa de los límites físicos de la empresa. Entre las profesiones más cualificadas, la rápida transición al home office no tardaría en transformar el “quédate en casa” en una señal para trabajar el doble. Por otro lado, a medida que las calles se vaciaban, la misma consigna comenzó a sonar como una amenaza de pérdidas y hambre para quienes su sustento depende del movimiento diario de la ciudad: vendedores ambulantes, manicuristas, mozos, estacionadores, choferes, etc.

Las medidas de contención del coronavirus trajeron al centro del debate la condición de trabajo sin forma definida, informal, un embrollo político recurrente, pero fundamental en la composición de la economía capitalista en Brasil. Changas, soluciones parches, mingas y todo tipo de artimañas han compensado a lo largo de nuestra historia la precariedad de los servicios urbanos y de las infraestructuras necesarias para la acumulación de capital. Las chapuzas improvisadas por los de abajo para subsistir en los bordes de la ciudad, de la formalidad y de la legalidad fueron el combustible del “milagro” de la industrialización y urbanización por aquí. Descifrada por la sociología brasileña en la década de 1970,20 esta fórmula mágica alimentó la esperanza del desarrollo nacional hacia una sociedad salarial estable; modelo que, en sus mismos días, ya mostraba signos de agotamiento en el seno del sistema. Desde entonces, el resto del mundo se ha acercado a la flexibilidad del trabajo al estilo brasileño21 – y ella ya no apunta a ningún futuro. También en el centro del capitalismo se disuelven las “formas de trabajo socialmente estables, contractualizadas, reconocibles”, que definen lo que es y “lo que no es tiempo de trabajo, lo que es el lugar de trabajo, la remuneración, los costos laborales”.22

Incluso en su apogeo, durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), el trabajo formal no llegaba a mucho más de la mitad de la población ocupada de Brasil, en una expansión basada en trabajos mal pagados que – a pesar de la letanía neodesarrollista de turno – expresaban menos a una tendencia hacia la universalización del trabajo formal que a su reducción a una, entre otras estrategias, de viração [o, en español, de “arreglárselas” como modo de vida]23. Al afirmar que la legislación laboral “tiene que acercarse a la informalidad”24, Bolsonaro finalmente ajusta el parámetro y reconoce lo desregulado como regla.

Sería recién con la calamidad económica provocada por el coronavirus que el trabajo informal recibiría, por primera vez en la historia del país, una definición legal – y fue la más amplia posible, delimitada en la negativa: informal es todo trabajador sin un contrato formal, “sea trabajador por cuenta ajena, por cuenta propia o desempleado”.25 Durante el breve periodo de tramitación de la ley que instauró el “ingreso básico de emergencia”, era difícil anticipar con precisión el real alcance del dicho criterio. Sancionado a principios de abril de 2020, el beneficio alcanzaría a casi 68 millones de personas – alrededor del 32% de la población brasileña –, de los cuales 38 millones estaban hasta entonces fuera del alcance de los programas de transferencia de ingresos. La devastación abrió repentinamente una oportunidad histórica para la “inclusión”:

Llamados “invisibles” por el presidente de la Caixa Econômica Federal, la mayoría de estas personas no tenían uno o más medios para acceder a la visibilidad social específica determinada por el Estado: Cadastro de Persona Física activo, teléfono celular (con internet) y cuenta bancaria. Esas personas no son las que ya están registradas en la Bolsa Familia (…), que llegó a todos los rincones del país, visibilizando al gobierno alrededor de 30 millones de personas. Esos ya se sabía que existían. Invisible, por increíble que parezca, era una parte importante de la población cuyo metabolismo social estaba estructuralmente ligado al metabolismo urbano. Es la parte que sobrevive a través del "arreglárselas" [viração], no de los beneficios públicos (…). Está supuesta en su consecuencia, pero es invisible en su existencia. Cuando la ciudad se detiene, esta porción reclama visibilidad estatal a través del registro en el Cadastro Único. La pandemia lo revela, pero también lo somete, pues define las reglas para su visibilidad.26

Por supuesto, todo este contingente invisible ya estaba hasta el cuello – es decir, las consecuencias de su trabajo informe se presuponen en el funcionamiento de la economía en su conjunto –, pero ahora puede ser sometido a mecanismos que permiten un control más completo sobre su existencia Cuenta bancaria, smartphone con internet y registro en una aplicación: que los medios para recibir el ingreso básico de emergencia sean los mismos que para crear una cuenta de Uber, es señal de que estamos ante piezas fundamentales de esta “nueva forma de trabajar”. Años atrás, ya era posible identificar en Bolsa Familia, cuyas dimensiones se vuelven pequeñas de cara al beneficio de 2020, el objetivo de formar una fuerza de trabajo unificada y más profundamente sujeta a las relaciones capitalistas.27 La bancarización promovida por el programa contribuyó a ampliar el alcance de los sistemas de microcrédito, en un proceso de financiarización de la informalidad – que se profundizó, en los últimos años, con la difusión de las máquinas de tarjetas y pagos digitales cada vez más ágiles y fáciles, como el Pix [nuevo sistema de pago instantâneo brasileño].28 Con el ingreso básico de emergencia, el fenómeno alcanza una intensidad sin precedentes: Caixa Econômica Federal absorbió 30 millones de clientes en diez días, en lo que posiblemente representó el movimiento de bancarización más rápido de la historia mundial,29 cerrando 2020 con ganancias récord.

El acceso al crédito es fundamental para el surgimiento de una fuerza de trabajo precaria a la cual transferir los costos y riesgos del capital, mientras las tasas de interés inoculan un nuevo nivel de productividad a la vieja viração, directamente conectada al mercado financiero global. El centro de estas políticas de ingreso estaría, entonces, menos en expandir la capacidad de consumo de los beneficiarios (como en el modelo distributivo keynesiano), y más en expandir su capacidad de inversión, financiando la adquisición de instrumentos de trabajo y “autovalorizando” su capital “humano”.30 Esto es lo que afirman abiertamente los entusiastas de este tipo de programas: “el colchón financiero que proporciona la renta básica puede representar suficiente estabilidad para que las personas puedan gastar sus propios ahorros u otro capital para la apertura de un negocio”.31 Como se lee en un reportaje que entrevistó a vecinos de algunas capitales del Noreste, “en muchos casos el dinero [de la ayuda] sirvió como capital de trabajo para negocios informales”: terminar de construir un anexo en su casa para alquilarlo, reconstruir stocks para el comercio ambulante, abrir una pequeña tienda o comprar “una bicicleta usada del vecino para hacer entregas a través de aplicaciones”.32 Ahora, en los grandes centros urbanos, el beneficio no cubre el costo de vida de muchas familias, que tienen que valerse por sí mismas para mantener otras fuentes de ingresos. “El dinero se iría solo en alquiler. Tendrían otras cuentas y comida”, explica un desempleado obligado a dormir en la calle.33 Antes de siquiera considerar volver a alquilar una habitación, luego de recibir las primeras cuotas de ayuda, otro entrevistado dice que compró un celular. Cuando no se invertía en medios de producción, el dinero se convertía en medios de reproducción: pagaba reformas y electrodomésticos. Justo en medio de estos dos campos, el celular.34

Al concentrar las funciones de ocio, trabajo, socialización y control en un mismo dispositivo, los smartphones materializan la indistinción contemporánea entre tiempo libre y tiempo de trabajo. Las aplicaciones que conectan una multitud de personas a un mismo servidor han hecho posible que el capital incorpore y organice directamente, a través de algoritmos que procesan millones de datos en tiempo real, ese trabajo informe que es constitutivo de la economía brasileña. La infame “uberización” del trabajo significa, en tierras tupiniquines, una especie de “subsunción real de la viração”.35

En el transcurso de la pandemia, creció el número de brasileños que utilizan aplicaciones como medio para trabajar, alcanzando la marca de uno de cada cinco trabajadores.36 Y vale recordar que el primer paso para obtener el ingreso básico de emergencia también fue descargar una aplicación y responder a un cuestionario. El programa aceleró el proceso de digitalización de esta multitud invisible: “los que no tenían celular tenían que conseguir uno, prestado o de favor” y “los que no sabían usarlo tenían que aprender” o buscar ayuda.37 Del mismo modo, la avalancha de problemas en el registro en línea durante la primera semana terminó en las sucursales físicas de Caixa, lo que provocó colas que se extendieron cuadra tras cuadra. Además de sobrecargar a los empleados, el hacinamiento frente a los bancos al inicio de la pandemia concretó el dilema funesto entre contagiarse del virus o pasar hambre. Durante unos días, ese retraso desesperado se convirtió en revuelta: en ciudades de todo el país, la población protestó, vandalizó agencias y bloqueó avenidas.38

Mientras los directivos de Caixa reorganizaron el horario de atención presencial para evitar el caos, se formaban grupos de WhatsApp y Facebook acerca del beneficio. Con cientos de miles de miembros, estos foros autogestionados compensaron la precariedad del servicio bancario: los participantes informaron de sus problemas, intercambiaron experiencias, resolvieron dudas, etc. El único actor político que intentó surfear esta inmensa participación invisible fue un incógnito parlamentario proveniente de la misma avalancha que Bolsonaro, elegido a partir de los videos en formato selfie que grabó en los bloqueos de carreteras durante la huelga de camioneros de 2018. En el momento en que pasó a comentar los ingreso básico de emergencia a diario a través de su perfil de Facebook, el diputado federal de Minas Gerais André Janones dejó de ser una figura menor en el Congreso Nacional, habiendo transmitido los live más vistos en la historia de internet en todo el hemisferio occidental.39

Por otro lado, el inicio del pago mensual de 600 reales durante la primera ola de la pandemia parece haber contribuido a retrasar la convergencia entre trabajadores informales y empresarios buscada por la crítica bolsonaristas al aislamiento social. En aquel momento, las manifestaciones anti confinamiento se circunscribían al núcleo militante de extrema derecha y al chantaje de los pequeños y medianos empresarios, que intentaban obligar a sus empleados a protestar, bajo la amenaza de despido en caso de quiebra.40 Al mismo tiempo, el flujo de dinero brindado por las ayudas de emergencia en familias y barrios populares dio cierto respaldo a quienes, en medio del caos de la pandemia y pese al aumento del desempleo, se negaron a trabajar en esas condiciones. Luego de manifestarse en las mazmorras de los call centers, la insubordinación pronto se mostraría afuera, en las calles, cada vez más atestadas de repartidores y conductores de aplicaciones.

Barricada à noite

Asalto a la nube

Fortaleza, 6 de enero de 2020. En el centro financiero de la ciudad, el tráfico está bloqueado por una inusual barricada de colores. Apiladas, mochilas con los logos de iFood, Rappi y UberEats atraviesan distintos puntos de la avenida: era una protesta de repartidores de apps denunciando el atropello de un colega la noche anterior. La escena se volvería cada vez más frecuente, en todo el país, en los meses siguientes. En marzo, un grupo de activistas ya podía creer que “un fantasma recorre las ciudades brasileñas, y ese fantasma anda sobre dos ruedas”.41

No es nuevo, sin embargo, que una parte indispensable del metabolismo urbano brasileño se mueva sobre dos ruedas. En la caótica expansión de las ciudades, donde el transporte llegaba a remolque, reparando piezas, el precio de esta precariedad lo pagaba siempre la prisa de los que debían llegar a tiempo. Mientras la falta de movilidad penaliza a la fuerza de trabajo con horas extras de esfuerzo en transporte público abarrotado,42 las demás mercancías no pueden manejarse por sí mismas y exigen un movimiento cada vez más rápido. De ahí la aparición, a finales de los 80 – mucho antes que cualquier app – de un ejército cada vez más numeroso de motoboys capaces de cortar los embotellamientos del tráfico, surfeando entre coches, y garantizar, a riesgo de sus vidas, la aceleración de los flujos capitalistas en nuestras colapsadas metrópolis. Los “corredores informales y mortales de motos” posibilitan la circulación de lo que no puede detenerse en medio del tráfico parado y, al mismo tiempo, sirven para aumentar la productividad en el desplazamiento de trabajadores rehenes de la inmovilidad urbana, que encuentran en la motocicleta la salida de emergencia “que equipara bajo costo con alta velocidad”.43

Mientras la expansión del microcrédito durante los gobiernos del PT facilitó la financiación de motos de baja cilindrada y el parque automotor creció desbocadamente, se multiplicaron las pequeñas empresas de reparto tercerizadas, las “express”, en que los costos del principal instrumento de trabajo recaían sobre los trabajadores. La popularización de los celulares durante la década de 2000 permitiría una comunicación continua y directa entre la central y los repartidores en la calle, reduciendo “los poros de no trabajo en su jornada laboral” y abaratando el servicio para los contratistas. Luego, con la llegada de los smartphones con acceso a internet y GPS, es la intermediación que realizan esas empresas la que puede ser descartada y sustituida por una app, que promete conectar a la multitud de repartidores “directamente” a las demandas de los clientes y liberarlos de la explotación de las empresas subcontratistas. Reduciendo el contrato de trabajo a un registro virtual y al trabajador a fuerza de trabajo just-in-time, las plataformas son capaces de reclutar al motoboy que lleva treinta años en las vías, al trabajador con empleo fijo que hace entregas fuera de horario y el joven desempleado que posee o alquila una bicicleta detrás de una changa. Es esta multitud heterogénea “que, de manera dispersa, inconstante y con diferentes intensidades”, asegura la distribución de buena parte de las mercancías en las ciudades.

Cuando los motoboys paralizaron una app por primera vez en el país, oponiéndose a la reducción del valor de los repartos por parte de Loggi a finales de 2016, el sindicato de la categoría de São Paulo, que vio evaporarse su base en la “nube”, intercedió ante la Justicia del Trabajo defendiendo el reconocimiento de la relación laboral con la plataforma. Por eso mismo, acabó siendo rechazado por los propios huelguistas, que llevarían una pancarta con un mensaje claro a las siguientes manifestaciones: “¡no a la CLT!” [Ley Laboral brasileña]. Parece paradójico que los trabajadores que luchan por mejores condiciones laborales se nieguen abiertamente a formalizar su actividad. Sin embargo, es precisamente en esa negativa que se encuentra el motor del fantasma que sigue rondando las ciudades brasileñas.44

Para la mayoría de la izquierda, la respuesta al acertijo se reduciría a la conciencia sesgada de los trabajadores, seducidos por el canto cuentapropista de la sirena neoliberal. ¿Cómo explicar, sin embargo, que el rechazo de la regulación pueda estar asociado a una declaración de “guerra contra las aplicaciones”? No hace falta hablar mucho con un motoboy para darse cuenta de que la aversión a la relación laboral lleva consigo un rechazo al infernal universo de los “trabajos de mierda”: horas que cumplir, salario bajo y un jefe que te hace la vida más difícil.45 Además de mayores costos con la documentación y burocracias para trabajar, el futuro que promete el discurso de la regulación suena fake.46

En el mundo del trabajo sin formas, la agenda reformista cambia de sentido: es aquella que busca recuperar la forma perdida, es re-formista, como la defensa de la CLT, es decir, el “progresismo” se vuelve restaurador. Contrariamente al espejismo de reconstruir una sociedad asalariada en marcos keynesiano-fordistas (que, en Brasil, sabemos, sólo existió a medias), el canto del “espíritu empresarial” encuentra eco en la experiencia vivida del trabajador uberizado. Después de inscribirse en una aplicación, es el “trabajador, por su cuenta, quien asume los riesgos y costos de su trabajo, quien define su propia jornada laboral, quien decide su dedicación al trabajo”.47 Es precisamente porque es real, y no mera retórica, que la autonomía puede operar como pieza central en el engranaje de la subordinación: al transferir a los trabajadores la tarea de administrar su propio trabajo, el capital también transfiere la necesidad de prolongar e intensificar su jornada, así como de hacer frente a imprevistos y con fluctuaciones en la demanda.

Cada repartidor autogestiona su proceso de trabajo, pero lo hace dentro de las condiciones impuestas por las empresas de forma unilateral y muchas veces imponderable, comenzando por la forma de remuneración y los valores fijados vía algoritmo. Los sistemas de puntuación y clasificación limitan la cantidad de entregas que se pueden rechazar; las promociones alientan a los mensajeros a trabajar en regiones y períodos de alta demanda, como días lluviosos, o incluso a aceptar todos los viajes durante un período determinado; bloqueo automático, temporal o definitivo, sancionan supuestas irregularidades detectadas por el software; y, más recientemente, los mecanismos de programación fomentan la definición previa de las horas de trabajo. Ante la incesante presión sobre el margen de independencia que caracteriza su ocupación, los mensajeros se ven obligados a crear estrategias para resistir y eludir los mecanismos de control de la aplicación — así como de las autoridades de tránsito y de las tiendas, que vigilan su espacio de trabajo – en un conflicto permanente.

Para ganarse la vida como repartidor, no es raro que sea necesario usar (o incluso alquilar) el perfil de otra persona, eludiendo un bloqueo de cuenta; pasarse los semáforos en rojo o exceder el límite de velocidad para aumentar la productividad, cubriendo la patente al pasar las cámaras de velocidad; esquivar un control policial que puede dar lugar a la incautación de la moto en situación irregular por falta de dinero; o incluso extraviar el almuerzo de un cliente para asegurar una comida especial entre repartos. Pero, como romper las reglas constantemente no solo es parte del juego, sino que también garantiza el funcionamiento de la aplicación – y de la ciudad en su conjunto –, la propia insubordinación del “perro loco” [apodo de los motoboys] resulta ambigua.48 Los grupos de WhatsApp, así como varios canales de YouTube y los foros de Facebook asumen un papel fundamental en esta dinámica, difundiendo estrategias exitosas y estableciendo redes de cooperación que son indispensables para el trabajo, así como para la operación del servicio:

Hay infinitos grupos de WhatsApp solo para motoboys que sirven para compartir información de la calle, controles policiales, robo, accidente, permuta o venta de moto, chaqueta, bolso, carné de conducir, trabajo, todo tipo de cuestiones. Estos grupos acaban siendo una estructura informal de organización del trabajo por parte de los propios trabajadores, paralela a las aplicaciones. Al mismo tiempo que ayuda a que las apps funcionen mejor (los participantes avisan dónde hay más carreras, si hay algún bug, se ayudan con problemas de soporte, bloqueos, etc.), también es ahí donde a veces aparecen memes ironizando el trabajo, los arrebatos y la organización de los actos.49

Fue principalmente en torno a estas redes informales que se organizaron numerosas protestas de correos desde principios de 2020. Cuando el coronavirus se propagó por Brasil, ellas también se multiplicaron por todo el país. Las medidas de cuarentena destacaron la centralidad de los repartidores en la logística urbana: fue, después de todo, la movilización permanente de este ejército motorizado lo que produjo parte de las condiciones necesarias para el home office de los contingentes más calificados. Sin embargo, contrarrestado por la vertiginosa expansión del registro de “colaboradores” en las plataformas,50 el aumento de la demanda de servicios de entrega no se tradujo en un aumento de la remuneración. En medio de la avalancha de despidos en otros sectores, las aplicaciones comenzaron a funcionar como una especie de “seguro de desempleo” perverso y, a medida que crecía el número total de mensajeros, el valor de las tarifas y la frecuencia de los viajes seguían el movimiento contrario. Sumado a la afluencia de nuevos trabajadores, para quienes eso era solo una fuente de ingresos extra o temporal, la caída de los ingresos de quienes ya dependían de las apps impulsaría la irrupción de movimientos salvajes de mensajeros por todo el país.

En una noche de alta demanda, un grupo de motoboys bloquea la entrada de autos en el drive thru de un fast food, obligando al restaurante a priorizar la salida de snacks para delivery.51 Amontonados en el estacionamiento de un supermercado a la espera de los pedidos, los repartidores se molestan e inician un bocinazo para presionar la salida de los paquetes.52 Después que un exabrupto sobre un episodio de humillación o un intento de estafa de parte de un cliente se propaga a través de WhatsApp, el canalla es sorprendido por el ruido de un convoy de motocicletas fuera de su casa.53 Mientras en una ciudad los mensajeros se unen para exigir más seguridad a las autoridades tras un atropello o robo, en otra son los episodios de violencia policial y el control arbitrario del tráfico que desencadenan las protestas.54 Desde las grandes capitales hasta ciudades del interior del país, pululan manifestaciones convocadas de última hora en las redes sociales para exigir el aumento de las tarifas de reparto y otras mejoras. Ante la inminencia de la primera ola del coronavirus, los motoboys de Acre paralizaron las carreras para exigir a la alcaldía de Rio Branco el suministro de mascarillas y alcohol en gel. Una huelga de repartidores en moto y auto de Loggi, contra la reducción abrupta del precio de las carreras, se extiende por todo el Estado de Río de Janeiro, llegando al día siguiente a la Baixada Santista.55 Y en São Paulo, los ciclistas se reúnen más de una vez en la Avenida Paulista contra el sistema de puntuación de Rappi, que restringía el acceso a las zonas de mayor demanda.56

Con manifestaciones volátiles y dispersas, que podían formarse y disolverse en el intervalo entre una carrera y otra, el “fantasma sobre dos ruedas” que recorría el país pronto haría su primera aparición pública. La convocatoria a un paro, el Freno Nacional de las Apps canalizó el movimiento latente en una sola fecha, el 1 de julio de 2020, marcando el debut de estas luchas subterráneas en el escenario de los grandes eventos políticos. Mientras la idea de un paro general empezaba a tomar forma en los grupos de WhatsApp, videos de “saludos” filmadas en formato selfie por mensajeros de todo el país anunciaban la adhesión de “bandas” de todo el país. A medida que la movilización ganaba visibilidad, los simpatizantes comenzaron a publicitar una campaña de boicot a las plataformas en el día del paro, los partidos y organizaciones de izquierda emitieron notas de apoyo y los principales canales de comunicación divulgaron la convocatoria. Al tomar una cara pública, la agitación espontánea y difusa de los meses anteriores fue traducida de una forma más legible por las instituciones: “en muchas ciudades, los sindicatos de siempre intentaron tomar la delantera del movimiento y los líderes autoproclamados fueron abrazados por partidos y entidades, así como por la prensa”.57 En la cola de una tímida ola de manifestaciones contra el gobierno federal en la misma época, los medios de prensa produjeron el imagen del “repartidor antifascista”, mientras que la izquierda y los operadores de la CLT enmarcaron el movimiento en la gramática de los derechos laborales.58

Aunque voluminosas y ruidosas, muchas de las demostraciones de motociclistas que tomaron varias avenidas del país el 1 de julio – mucho antes que los convoyes encabezados estratégicamente por Bolsonaro al año siguiente – terminaron siendo domesticadas por entidades representativas. En São Paulo, el camión de sonido del sindicato se superpuso a las bocinas de la multitud motorizada que corría desde el Tribunal Regional del Trabajo hasta Ponte Estaiada. Manteniéndose dentro de los límites de un gremio y reclamando mejores condiciones de trabajo, el Freno de las Apps no ha podido ir más allá del script de lo que aún queda del sindicalismo. Ese fue el episodio más visible y organizado – y por lo tanto, en cierto sentido, el mejor comportado – en Brasil de un movimiento que abarcó todo el período de la pandemia y sigue en marcha, tanto aquí como en otros rincones del planeta.59

Algo, sin embargo, se escapó de ese guión. A las siete de la mañana, ya circulaba por WhatsApp un video grabado frente a uno de los muchos almacenes de Loggi en São Paulo – de donde parten miles de productos comprados por internet para los hogares de los consumidores, a bordo de automóviles y motocicletas. Alrededor de un parlante que tocaba pagode de los años 90, unos diez repartidores se disponían a pasar allí el día, prometiendo hacer un asado y evitar que se retirara cualquier paquete. Los bloqueos en otros almacenes, centros comerciales y restaurantes de la ciudad se prolongaron durante todo el día, llegando incluso al horario de la cena en tiendas de fast food de la región del ABC Paulista y otros puntos de la metrópoli. Es curioso que, allí mismo donde es difícil delimitar un “lugar de trabajo” – pues este se extiende por toda la ciudad –, proliferaron auténticos piquetes, como hacía tiempo que no se veía. Eran, en cierto sentido, piquetes invertidos: el objetivo era menos impedir la entrada de trabajadores al espacio de producción que impedir la salida de mercancías para su circulación.60

La organización de muchos de estos bloques pasó por las redes locales de motoboys que, mientras no suena un nuevo pedido en la aplicación o el pedido no está listo en el restaurante, esperan en la misma plaza de parking de motos. Al mismo tiempo que dan una imagen fiel de la disponibilidad permanente que se le exige al trabajador just in time – que, cuando no está corriendo contra el tiempo, se queda en standby61, esperando que la aplicación suene –, estas “zonas de espera”62 dispersas por el espacio urbano se convierten en lugares de confraternización y, eventualmente, de organización. Así fue el 1 de julio, cuando muchos parkings se convirtieron en puntos de bloqueo. Varios empleados, e incluso gerentes, de locales de comida rápida expresaron su apoyo a los huelguistas, con quienes conviven todos los días, permitiéndoles el uso del baño, ofreciendo café y hasta donando los snacks que se acumulan en el mostrador sin tener quien los transporte. En la puerta de centros comerciales y restaurantes, el apoyo tácito – o incluso explícito – de los guardias de seguridad de las empresas tercerizadas de seguridad se reveló fundamental, bloqueando o frenando las autorizaciones de entrada de los esquiroles más exaltados.

En el parking ubicado frente a una distribuidora de licores que, por respeto a la huelga, había anunciado la suspensión del servicio de reparto a través de aplicaciones, se podía escuchar a lo lejos, alrededor de las once de la mañana, la llegada de un numeroso convoy de repartidores, sumándose a los compañeros que desde temprano se concentraban allí. Poco tiempo después, el enjambre de motos corría nuevamente por las calles de la ciudad, sin rumbo definido. Tocando la bocina y acelerando a todo instante, aquel escuadrón producía un ruido ensordecedor y tomaba por asalto los estacionamientos de los centros comerciales que encontraba en el camino en una invasión relámpago, expulsando a los motoboys que retiraban pedidos y obligando a los comerciantes, asustados, a cerrar las puertas por algún tiempo. Flexibles y replicables, los bloqueos móviles traían consigo una amenaza de descontrol que contrastaba con la previsibilidad y rigidez de las formaciones de motoristas lideradas por los camiones de sonido de los sindicatos. Cuando la ciudad misma es el espacio de trabajo, la huelga puede tomar un aire de revuelta social.

La explosión, sin embargo, no sucedió. A los piquetes móviles se oponía la flexibilidad de las aplicaciones – que, además de hacer uso de promociones para entregas a domicilio en las regiones más afectadas por el paro, tenía las dimensiones de su gigantesca red de “restaurantes socios” para no perder los clientes del día – y la agilidad de los propios esquiroles, igualmente capaces de moverse por el tejido urbano en busca de establecimientos abiertos. Es significativo que muchos de los que insistieron en trabajar eran mensajeros vinculados a “operadores logísticos” (OL) subcontratados de iFood. Además de la modalidad “nube” – la tan celebrada “nueva forma de trabajar” en la que el motoboy enciende la app cuando quiere y organiza su día de trabajo, aceptando o no las carreras que aparecen en pantalla –, iFood tiene otro sistema menos conocido, y (al menos aparentemente) menos innovador, para gestionar su fuerza de trabajo. Un “operador logístico es una empresa más pequeña, subcontratada por iFood para organizar y administrar una flota de repartidores fijos”, a veces en un área delimitada.63 Según la plataforma, estas empresas subcontratadas son responsables de al menos el 25% del contingente de “socios” – proporción que muchos motoboys afirman estar creciendo64 – y “aportar en diversos escenarios, como atender localidades específicas” y centros comerciales, la “apertura de nuevas regiones” y “complementar la flota en determinados días y horarios”. Algunas de estas empresas tienen flotas de “hasta 400 personas corriendo por São Paulo” y cobran una tarifa semanal por el alquiler de monopatines y bicicletas a sus mensajeros.65

Con la promesa de recibir más pedidos que los “repartidores nube” y sin tener que hacer la cola para registrarse en esa modalidad más popular, el “repartidor OL” tiene un horario de trabajo predeterminado, recibe a través de una empresa tercerizada, para lo cual la aplicación transmite el valor de las carreras y es supervisado por un “líder de plaza” que actúa como intermediario de la plataforma. El control impersonal y automático del algoritmo se combina así con la gestión de un jefe de carne y hueso que, llenando los vacíos dejados por el primero, controla de cerca la productividad de los trabajadores, teniendo poderes para interferir en la distribución de pedidos, aplicar sanciones y despidos: lo peor de un empleo formal, pero sin ninguna de las garantías que la Ley Laboral ofrece.

¿Será que la última palabra en gestión del trabajo, la ultramoderna “gestión algorítmica” de plataformas como iFood, rima con los métodos arcaicos del capataz? Por un lado, es el mercado preexistente en Brasil el que explica el fenómeno: muchos de los operadores logísticos son las antiguas “express”, las empresas de reparto en moto que perdieron espacio ante las aplicaciones, ahora incorporadas por iFood en una posición subordinada. Por otro lado, la combinación no solo existe aquí. Las dos empresas de reparto por aplicaciones más grandes de China dividen su fuerza laboral de manera similar: mientras que los mensajeros “ocasionales” suelen ser trabajadores a tiempo parcial que pueden elegir qué viajes aceptar, los mensajeros “contratados” trabajan a tiempo completo y están vinculados a una “estación”, controlada por un gerente, pero ninguno de ellos tiene vínculos laborales formales con la plataforma.66

Al combinar la capacidad de procesamiento de datos y la vigilancia impersonal, de la inteligencia artificial, con la coerción directa y personal del buen y viejo capataz, debidamente tercerizado, esta forma bastarda de uberización puede representar una tendencia de la gestión del trabajo, mucho más eficiente que los robots dejados a su suerte: “el algoritmo suena fuerte, pero es huevón”67. En el infierno del trabajo contemporáneo, los capataces, los intermediarios y los matones tienen un lugar asegurado. A medida que se oxidan algunos engranajes de la aparente tregua de las últimas décadas, esos nuevos viejos intermediarios están más actualizados que nunca, y a pesar de los esfuerzos de los directores ejecutivos refinados y hipsters para mantenerlos en la sombra, no es de extrañar que quieran salir al sol.68 En esta nueva economía de la “vuelta”, ya no hay ninguna perspectiva de que la violencia abierta deje de ser el nexo social central, como queda claro en el vocabulario de guerra de los motoboys, soldados en la batalla diaria del tráfico cuya productividad “se mide por la rapidez, es decir, por el riesgo de muerte inminente”69. La “guerra civil (…) cada vez más coordinada por lo que llamamos sistema yagunzo [o, en español, el sistema de los ‘sicarios’, ‘matones’] en Brasil”70 se hace aún más clara donde se explicitan sin rodeos algunos de sus vínculos, como es el caso de la creciente evidencia de vínculos entre las OL del iFood y negocios ilegales en los barrios periféricos de São Paulo y Río de Janeiro.

El 4 de julio de 2021, después de un nuevo período de protestas y paros difundidos por todo el país, motoboys de Curitiba, Goiânia, Campo Grande e Itajaí se movilizaron por mejoras, entre ellas el fin de la necesidad de programar el trabajo con anticipación, impuesta por iFood en algunas de las ciudades donde opera. El mismo día, la ampliación del área de actuación de los entregadores OL, reduciendo drásticamente la oferta de pedidos para los demás, llevaría a los motoboys de un barrio pobre del oeste de Rio de Janeiro a interrumpir las tareas y bloquear la salida de pedidos en un centro comercial. Los informes del paro, que se extendería rápidamente a otras regiones de la ciudad y duraría cuatro días, mencionan, además de las ya recurrentes amenazas de los líderes de las OLs a los huelguistas71, la presencia de milicianos frente a restaurantes para evitar piquetes.72 Las oscuras y notorias relaciones entre la familia presidencial y los grupos armados que ejercen este tipo de “control privatizado y monopolizado del territorio” no son mera coincidencia: en línea con lo que hay de más avanzado en materia de gestión de la mano de obra flexible repartida por todo el espacio urbano, el “gobierno de la milicia” del capitán es tanto un síntoma como un agente de la uberización al estilo brasileño.73

Apagão no amapá

Sobreviviendo en el purgatorio

Caía una fuerte tormenta, en Macapá el 3 de noviembre de 2020, cuando, entre trueno y trueno, las luces se apagaron y los celulares quedaron sin servicio. La subestación que transmite energía a todo el Amapá, que operaba desde hace un año con parte de sus estructuras dañadas, se había derrumbado. Era el comienzo del apagón más largo de la historia del país, que duraría tres semanas. La falta de electricidad interrumpió el suministro de agua en gran parte de la ciudad, lo que obligó a muchos a lavar los platos y la ropa en los ríos; la inestabilidad en las redes de telecomunicaciones dejó a los habitantes incomunicables; en los bancos era imposible retirar dinero; colas se formaron en gasolineras; y los estantes pronto quedaron vacíos en los mercados. Mientras tanto, las muertes por covid crecían exponencialmente. Después de cuatro días en la oscuridad, se restableció la conexión con un sistema de racionamiento absolutamente irregular y desigual entre los condominios de élite y la periferia. La oscilación provocó sobrecargas: los electrodomésticos se estropearon, las farolas explotaron y casas se incendiaron.

Mientras la crisis continuaba y la desesperación se generalizaba, aparecieron “barricadas, manifestaciones por toda la ciudad, muchas calles con neumáticos quemados”74. Además de mitigar la penumbra de la noche, salir a la avenida y encender una hoguera con escombros se convirtió en el último recurso de las multitudes para presionar a las autoridades mientras esperaban que la normalización del suministro eléctrico o el repare de un transformador dañado. La Policía Militar, que seguía de cerca el movimiento, reprimiendo y persiguiendo a los vecinos, registraba más de 120 protestas en todo Amapá cuando, de repente, la pandemia volvió a ser motivo de preocupación. “Con el fin de reducir los riesgos de transmisión del nuevo Coronavirus”, el gobierno estatal decretó toque de queda nocturno y vetó “cualquier tipo de actividad política de las personas en calles, plazas, (…) al aire libre, (…) tales como mítines, marchas, caravanas, banderazos, etc.”75 La sobreposición amapaense de colapsos completa la distopía brasileña, en la cual el Estado, al mismo tiempo, sabotea medidas de aislamiento social en nombre de la disciplina del trabajo, pero desencadena un confinamiento para contener el levantamiento popular.

“Lo que se hizo en Amapá, el tema de la electricidad, no tiene nada que ver con el gobierno federal”, diría el presidente en los días siguientes. Que el gobierno se eximiría de cualquier responsabilidad por el apagón — negligencia, al fin y al cabo, de un concesionario privado – quedó claro desde el principio: con el anuncio de que no se indemnizaría ningún daño a los bienes personales, la propia población empezó a organizar crowdfunding para ayudar en la reconstrucción de los hogares de aquellos que lo perdieron todo. En torno al hashtag #SOSAmapá, se difundieron iniciativas para donar víveres a los barrios más pobres durante el desabastecimiento.76

La autoorganización para sobrevivir en el infierno transitaba así en una zona ambigua entre la solidaridad y la transferencia de los daños causados ​​por el desastre a la población. Unos meses después, cuando colapsó el sistema de salud en Amazonas, la conmoción en internet levantó donaciones en todo el país. Tratando de sortear el hacinamiento y la falta de insumos en las UCIs, las familias improvisaron camas de tratamiento en casa para atender a los familiares enfermos. Redes de amigos y voluntarios se movilizaron para obtener cilindros de oxígeno directamente de las industrias de la Zona Franca de Manaos, que fueron redistribuidos a los pacientes domiciliarios de toda la ciudad. Si el conteo diario de muertos por la pandemia en los informativos televisivos muestra la disponibilidad a la que está condenada gran parte de la población, esta misma pesadilla se muestra productiva al conformar los vivos a un régimen de total disponibilidad para cualquier trabajo: “nos estamos convirtiendo en médicos. Es lo que nos compete”, dijo a un diario una joven que acababa de aprender a administrar oxígeno en casa a familiares sin vacantes hospitalarias.77 Choque tras choque, la catástrofe permanente en la que estamos suspendidos desde hace dos años potencia y normaliza los viejos expedientes – informales, improvisados, inseguros, ilegales – de supervivencia en la guerra cotidiana. Pero este exceso de trabajo informe, una vez descubierto por los sociólogos brasileños como el motor oculto de nuestra modernización capitalista, hace mucho tiempo que no alienta ninguna esperanza de desarrollo: en medio del colapso, solo restablece constantemente el horizonte negativo del confinamiento a una espera desesperada, extenuante, sin fin.

Al mismo tiempo que radicaliza el “modo de vida periférico de ‘sálvense quien pueda’”78, la “deconstrucción” como forma de gobierno79 prepara el terreno para los movimientos del capital que han ido densificando las mallas de control y dando “escala a esta zona nebulosa”80 de la informalidad. Desde este punto de vista, el ingreso básico de emergencia dista mucho de la propuesta de una “renta sin contrapartida”, tan celebrada por los analistas económicos.81 El experimento de transferencia de dinero posibilitado a lo largo de 2020 está íntimamente ligado a otra transferencia: la de costos y riesgos del Estado y las empresas hacia una población debidamente registrada y remunerada en dosis limitadas.82 Cuando la actuación de las autoridades en la pandemia se reduce a “una mayor o menor clemencia o (pequeño) reforzamiento de una cuarentena organizada por cuenta propia por los trabajadores”83 es porque el manejo de la emergencia sanitaria fue externalizado a la multitud. Esa “autogestión subordinada”84 característica del trabajo por aplicaciones muestra aquí una tendencia a la supervivencia, en general, en la catástrofe. Desde las mascarillas de tela caseras que se venden en la calle – una fuente de ingresos para quienes siempre inventan la forma de arreglárselas – hasta las barreras sanitarias en las que los residentes voluntarios se turnan en las entradas de pequeños municipios y zonas turísticas85, la cuarentena solo podía existir en la base de la solución parche86, en una suma de esfuerzos descoordinados (y, no pocas veces, conflictivos entre sí) que resultó, al final, en un gigantesco trabajo sucio87. Mientras se enterraba a los muertos, todos colaborábamos – aislados o apurados –para mantener en marcha la máquina urbana.88

En los últimos meses de 2020, el ingreso básico de emergencia se fue interrumpiendo paulatinamente – con la exclusión progresiva de millones de beneficiarios y la reducción del valor de las últimas cuotas –, hasta expirar la vigencia del estado de calamidad pública y, con él, el “presupuesto de guerra” que posibilitó el mayor ensayo de transferencia directa de renta jamás realizado en Brasil.89 Con el avance de la segunda ola de contaminación, a partir del cambio de año, los estados y municipios volverían a recurrir a medidas de restricción del comercio y los servicios para contener el virus – y los trabajadores informales, ahora sin el mismo apoyo económico, serían empujados a una condición límite. La situación es aún más alarmante en las regiones turísticas, donde el verano es la oportunidad de crear ahorros para el resto del año.90

Las numerosas manifestaciones anti-lockdown que tuvieron lugar a partir de diciembre de 2020 tenían una composición social diferente a las caravanas bolsonaristas del comienzo de la pandemia. Ante la determinación judicial que cerró playas, restringió el comercio y prohibió el turismo a pocos días de la víspera de Año Nuevo, la ciudad de Búzios fue tomada por protestas: cientos de personas rodearon el Foro de Justicia hasta que cayó la medida. En Angra dos Reis, los trabajadores bloquearon la carretera Rio-Santos y los comerciantes tomaron el edificio de la alcadía contra el endurecimiento de las restricciones.91 En todo el país, los pequeños patrones se mezclaron en las calles con sus empleados, pero también con vendedores ambulantes, artistas, feriantes, conductores de mototaxi, músicos, motoristas de aplicaciones, etc. Este movimiento no dejó de expresar una reacción al fin del ingreso básico de emergencia, pero volvió a la órbita del bolsonarismo, al apuntar a las medidas sanitarias de los gobiernos locales. En Amazonas, donde el 52% de la fuerza laboral es informal, el decreto de confinamiento del 23 de diciembre prohibía expresamente la “venta de productos por vendedores ambulantes” y las “ferias y exposiciones artesanales”92. El decreto sería derrogado tres días después, luego de una manifestación que escapó del control de sus organizadores y desencadenó una noche de barricadas en Manaos.93

Y fue precisamente en las siguientes semanas que el mundo entero miró con consternación las notícias de las muertes por falta de oxígeno en los hospitales amazonenses, asolados por una nueva variante más contagiosa del virus. ¿Cómo sostener un reclamo cuya consecuencia evidente es la muerte de más personas? En palabras de un conductor de la aplicación que organizó las protestas, el movimiento “no está liderado por negacionistas, todos saben que la enfermedad existe y lamentablemente ha muerto mucha gente”, pero “necesitamos vivir juntos y desarrollar medios o estrategias que puedan garantizar la continuidad de todas las actividades económicas”.94 En busca de la “estabilidad entre la economía y la salud”, las manifestaciones, convocadas en el punto álgido de la catástrofe hospitalaria, comenzaron también a reclamar la distribución de “kit covid gratis”. En un nuevo giro a la derecha, la lucha contra el confinamiento se ha volcado en la defensa del llamado “tratamiento precoz”, una referencia genérica a la prescripción de fármacos sin eficacia probada contra el nuevo coronavirus (y con posibles efectos secundarios nocivos para la salud), pero adoptados ampliamente durante la pandemia en el país.

Alentada por el presidente en sus lives, administrada en hospitales públicos e indicada por planes de salud y médicos privados, la “profilaxis” con medicamentos para la malaria, piojos y lombrices disponibles en los anaqueles de las farmacias aún era, a mediados de 2021, reconocida por casi la mitad de los médicos brasileños como útiles en la lucha contra el coronavirus.95 La asombrosa capilaridad de esta cura milagrosa, vendida por oportunistas de todo tipo, a más de un año del inicio de la pandemia, era señal de que su atractivo resonaba en la línea del frente de los hospitales. Ahora bien, si los “métodos alternativos” nunca fueron eficientes para la recuperación de los enfermos, ciertamente lo fueron para brindar algún alivio a los pacientes desesperados y paliar la impotencia de los propios trabajadores de la salud, al borde del agotamiento ante esa enfermedad desconocida y mortal. De alternativas improvisadas en la crisis, tales procedimientos se popularizaron precisamente como “Protocolo de Colapso” – título de uno de los live en los que los médicos de Pará compartieron su dramática experiencia durante el primer semestre de 2020. Cuando “las redes hospitalarias de Belém colapsaron y las farmacias se quedaron sin medicamentos”,

los médicos tuvieron que improvisar para salvar la vida de los pacientes. En los lives abundan los reportes de casos, experiencias de planes de salud y clínicas públicas, que confirmarían que el tratamiento precoz salva vidas, y que sugieren que quienes no tuvieron acceso al tratamiento llevaron lo peor. (…) Al mismo tiempo, los casos que acaban muriendo son vistos como algo natural: al fin y al cabo, “ningún tratamiento es infalible”.96

En foros cerrados en Facebook y Telegram, los médicos compartieron los resultados de terapias experimentales y hechas en casa, como nebulizar pastillas de hidroxicloroquina en familiares enfermos; discutieron cómo protegerse legalmente al realizar este tipo de procedimiento clandestino; organizaron campañas para el reconocimiento de sus métodos; y, lo que es más importante, formaron una inmensa red de profesionales y pacientes. Más que una simple receta – y una caja gratis, para fidelización –, la prescripción de ivermectina muchas veces iba acompañada de una invitación a un grupo de WhatsApp.97

Y en un país donde la automedicación es una práctica generalizada98, no es de extrañar que gran parte de la población no haya dudado en añadir un envase más al botiquín. También para los demás trabajadores atormentados todos los días por el miedo al contagio – rodeados por la muerte de conocidos, amigos y familiares y obligados a correr riesgos diarios en autobuses llenos99, oficinas y comedores cerrados – el movimiento del “tratamiento precoz” constituyó una “comunidad” de cuidado y seguridad, una macabra red de apoyo mutuo, que les ofrecía algún soporte para mantener la cordura en medio del caos. En cuanto a los profesionales de la salud, la creencia en el “kit covid” funciona como un mecanismo de defensa subjetivo para “tolerar lo intolerable”: el sufrimiento del trabajo en el contexto de la nueva normalidad.100 El dispositivo ayudó a aplacar la desesperación y soportar el medo en un contexto de profundización dramática de la experiencia negativa del trabajo, del cual no es posible desertar. En este sentido, el uso generalizado de fármacos sin eficacia demostrada parece haber tenido menos que ver con un rechazo ideológico a las medidas conocidas para combatir la pandemia que con el sufrimiento generado por su inviabilidad. El compromiso de los propios pacientes – real o potencial – con la causa de los “medicamentos que salvan vidas” no solo se sumó a las estrategias de defensa psíquica de miles de personas obligadas a irrespetar los más básicos protocolos sanitarios para poder sobrevivir, sino que moldeó un sentido político hacia la indiferencia a que los obligaba la necesidad.101

Mientras muchos médicos adhirieron voluntariamente a la causa del “tratamiento precoz”, otros fueron coaccionados para prescribirlo y participar en este oscuro “campo de experimentación y difusión de la crueldad social”102. Someter a los pacientes a investigaciones experimentales sin su consentimiento, prescribir el “kit covid” para posponer los ingresos o adelantar la liberación de camas prescribiendo “altas celestiales” (es decir, apagar equipos y administrar “cuidados paliativos”)103 era un trabajo sucio necesario cerrar las cuentas de un puñado de proveedores de atención médica, en una sombría demostración de cómo la perversidad puede convertirse en un sistema de gestión.104

Pronto se hace evidente que la calamidad verde-amarilla sirvió, en múltiples frentes, como un laboratorio avanzado para el manejo del colapso. Para lo que podría ser, según el general Edson Pujol, la misión más importante de su generación, el Ejército de Brasil multiplicó por cien la producción de cloroquina en sus instalaciones, luego de realizar una enorme compra de insumos.105 En la batalla contra el virus, los mecanismos de defensa subjetiva representaron armas de defensa nacional en una operación que las Fuerzas Armadas admitieron que fue esencialmente psicológica: más que curar la enfermedad, dice un oficial del Ejército, se trataba de “llevar esperanza a millones de corazones afligidos ante el avance y los impactos de la enfermedad en Brasil y en el mundo”.106

Que el esfuerzo bélico que exige la pandemia escaparía a los estándares del combate convencional, siempre ha sido evidente para la cadena de mando global en la lucha contra el nuevo virus: “más que una guerra, se trata de una guerrilla”, anunció un director de la Organización Mundial de la Salud, tempranamente, en marzo de 2020. La declaración hace eco del paradigma del conflicto irregular que ha guiado por mucho tiempo ya los manuales militares, atentos a la multiplicación de disputas asimétricas y fragmentadas, en las que no es posible distinguir claramente las fuerzas en confrontación como en el modelo clásico de “dos ejércitos nacionales, uno contra el otro”. Y la pérdida de la forma de la guerra contemporánea – que asume cada vez más un “carácter informal, dinámico, flexible”, como explica un coronel brasileño107 – quizás no sea ajena a la pérdida de la forma del trabajo, sino un indicio de que la frontera misma entre la guerra y el trabajo se esfumó…

Una nueva moda en las academias militares de todo el mundo, la jerga de la “guerra híbrida” describe la alternancia entre las operaciones de combate militar – abiertas o encubiertas, realizadas por fuerzas de terceros – y la participación de multitudes civiles en las redes sociales y en las calles, como la que tuvo lugar durante la última década en Siria o Ucrania.108 Es curioso que otra combinación de gestión algorítmica de multitudes y coerción directa ejercida por operadores subcontratados describa el régimen de trabajo de algunos repartidores de aplicaciones. Entre software y capataces, ¿descubrimos una gestión “híbrida” del trabajo?

No son menos “híbridos” los contornos que la administración de territorios y poblaciones cada vez más ingobernables vienen asumiendo por estos lados: es difícil distinguir a los insurgentes de las fuerzas del orden, y gobernar se confunde con demoler. En su exitosa operación de garantizar la ley y el orden en un país colapsado, el gobierno federal contó con una inmensa red de difusión del “tratamiento precoz”, con movimientos sociales por la reapertura de comercios, iglesias y escuelas, y con donaciones comunitarias y empresariales para los más vulnerables, sin prescindir nunca, sin embargo, del poder de fuego de los escuadrones oficiales y no oficiales: la policía brasileña estableció un nuevo récord de letalidad en el primer año de la pandemia.109

Al final, el temor que había llevado al Congreso a abogar por un programa de ingreso básico de emergencia mayor y más amplio que cualquier otro programa de su tipo en el país ya no se justificaba: la capacidad de la población para “arreglárselas en situaciones de crisis”110 transformó el devastado escenario en la “nueva normalidad”, a pesar de los ingresos laborales en caída libre, de la alta inflación y un aumento vertiginoso del hambre.111 Ante eso, el pago del ingreso de emergencia se reanudaría tras meses de incertidumbre, a niveles más “realistas” – con alcance reducido y valores más bajos –, y finalmente sustituido por una renovación del Bolsa Familia y líneas de crédito especiales.112 Recalibrada, la política de transferencia de ingresos sigue funcionando como el “capital de trabajo” de la viração (donde por definición es imposible separar lo que es dinero “de caja del que es dinero de casa”113) en el arsenal de esta movilización total por el trabajo

Incluso al margen de los riesgos de la primera línea, la experiencia del confinamiento en casa – en régimen de teletrabajo, asistiendo a clases a distancia, sin trabajo, o entonces monetizando su rendimiento como gamer – no escapó al esfuerzo de guerra. Por un lado, el aislamiento social profundizó la histórica escisión entre los contingentes calificados y los demás trabajadores, ya que la seguridad del home office no era una opción para más del 80% de la población ocupada.114 Por otro lado, la improvisación de la oficina o la sala de clases en casa, con costos que antes habrían sido asumidos por los empleadores, indica que las características de la informalidad han atravesado todos los estratos de la fuerza de trabajo. Desde resistencias silenciosas al régimen de vigilancia y sobrecarga de la enseñanza a distancia115 hasta los insólitos paros de streamers116, las tensiones de este teletrabajo sin forma tras cuatro paredes también produjeron conflictos a lo largo de la pandemia. La frontera entre el trabajo y el descanso se ha desdibujado, la vida en cuarentena está presionada por una demanda incesante de mantenerse productivo – entre cursos en línea para mejorar el curriculum vitae y ejercicios físicos para mantenerse en forma – “en una mezcla de ritmo de matadero con lives sobre los desafíos de la crianza de los hijos y enseñanzas sobre ‘cómo vivir solo y ser feliz’”117.

En la calle o en casa, quien va por la vida como en una guerra, “trabajando al compás de la muerte” – sucumbiendo un poco cada día – ya está medio muerto. Y “no hay forma de encerrar a los muertos vivientes: cruzan barreras, no les importa volver a morir”118. Pero el apocalipsis zombie, en la cosmología de Hollywood, es también la imagen de la insurrección.119

Barricada na rua

Abandoné toda la esperanza

En las mismas semanas en que se difundió la convocatoria a un nuevo paro nacional de camioneros, previsto para el 1 de febrero de 2021, circuló en los grupos de WhatsApp un video de un conductor que se había ahorcado junto a su vehículo, en un árbol al costado de la carretera. El escenario se compartió con mensajes de luto y alerta de la desesperada situación de los transportistas autónomos, atrapados entre las bajas tarifas de los fletes y los sucesivos aumentos de los costos de las carreteras, especialmente del combustible. A pesar de eso, el movimiento no fue tan fuerte como el paro de mayo de 2018, cuando los suministros de todo el país fueron asfixiados en pocos días y el gobierno, aterrorizado, ofreció un alivio inmediato, con medidas que perderían efecto en los años siguientes.120 Sin la amplia – y ambigua – composición de la movilización anterior, que involucraba a conductores con vehículos propios, dueños de pequeñas flotas y grandes empresas de transporte, la efervescencia de principios de 2021 se limitó a iniciativas dispersas de camioneros autónomos, que intentaron bloquear secciones de carreteras en varios estados, pero fueron rápidamente desarticulados por la policía de caminos.121

Aunque el paro no despegó en las carreteras, el malestar se extendió a los trabajadores que también dependen directamente del combustible para ganarse la vida en las ciudades. Entre febrero y abril, manifestaciones de motoboys, choferes de app y furgonetas escolares, además de nuevas protestas de camioneros, ocurrieron casi a diario en todo Brasil, dando contornos insurreccionales a calles con circulación reducida por el pico de la segunda ola del coronavirus en el país. Este movimiento de trabajadores motorizados bloqueó las carreteras y los centros de distribución de Petrobras; copo gasolineras, con la táctica de cargar solo 1 real de gasolina, para armar largas filas y dañar a los revendedores; reavivó la organización de protestas y paros de repartidores; e impulsó la mayor caravana de conductores de aplicaciones de pasajeros en la historia de São Paulo, que bloqueó el acceso al Aeropuerto Internacional de Guarulhos durante una noche entera para exigir el fin de las modalidades de carreras mal pagadas.122

En la era de la uberización, la inflación – que tradicionalmente se traducía en demandas en torno al costo de la vida – provoca, en primer lugar, movilizaciones dirigidas al costo laboral, es decir, luchas para “poder trabajar”. La reproducción de la fuerza de trabajo se transforma en autogestión de la microempresa, de ahí el frecuente acercamiento entre las protestas contra los altos precios de los combustibles y las campañas anti-confinamiento de los comerciantes en los primeros meses del año. Para muchos, los paros eran el último recurso antes de abandonar la pelea y entregar las armas, o mejor dicho, antes de devolver el coche a la empresa de alquiler (en algunas ciudades, asociaciones de conductores de apps estiman que más de la mitad de los registrados en las plataformas desistieron de continuar rodando a lo largo de 2021).123

Entre la creciente inviabilidad financiera del autoempleo, por un lado, y el colapso del empleo formal, por el otro, no hay adónde huir. La única alternativa es continuar en la carrera sin fin, arreglándoselas en condiciones cada vez más adversas. Este sentimiento de estar confinado a un trabajo agotador y sin futuro se repite en el otro lado del mundo, sintetizado por la palabra de moda entre los usuarios chinos de las redes sociales “para describir los males de sus vidas modernas”: nèijuǎn (内卷).124 Antes de convertirse en moda en el país más poblado del mundo, a mediados de 2020, el término fue utilizado por académicos para traducir el concepto de “involución”, una dinámica de estancamiento de las sociedades agrarias – pero también de las grandes ciudades en la periferia del capitalismo global – en el que la intensificación del trabajo no se refleja en modernización.125 “Compuesta por los caracteres ‘dentro’ (内) y ‘rollo’’ o ‘arrollar’ (卷)”, la expresión puede ser “intuitivamente entendida como algo en el sentido de ‘volverse hacia adentro’”.126 Mientras que “desarrollo”, en español, lleva la imagen de un despliegue hacia afuera, hacia algo, nèijuǎn sugiere un tornillo que gira falsamente sobre sí mismo. Un movimiento incesante, pero sin salir del lugar. – ¿No es ese, después de todo, el eterno arreglárselas de cada día? Haciéndose eco de la desesperación de la experiencia cotidiana de estudiantes y trabajadores en las metrópolis chinas, el término

condensa la sensación de estar atrapado en un ciclo miserable de trabajo agotador que nunca es suficiente para alcanzar la felicidad o mejoras duraderas, del que nadie puede salir sin caer en desgracia. Lo sienten cuando se quejan de que la vida parece una competencia interminable sin ganadores, y sueñan con el día en que finalmente ganarán. Pero ese día nunca llega. Las deudas se acumulan, las solicitudes de ayuda se ignoran y las opciones restantes comienzan a disminuir. En una época de involución, cuando incluso las reformas más pequeñas parecen imposibles, todo lo que queda son medidas desesperadas.127

Si algo de esta desesperación atraviesa los movimientos de los conductores autónomos en Brasil, adquiere rasgos aún más dramáticos en las calles y carreteras chinas. En enero de 2021, un repartidor cuya aplicación se negó a pagar lo que debía se prendió fuego frente a su estación de entrega en Taizhou. En abril, un camionero, cuyo vehículo fue incautado por la policía por llevar sobrepeso, en Tangshan, tomó una botella de pesticida y envió un mensaje de despedida a sus compañeros de reparto en las redes sociales. En el mismo mes en que un anciano en silla de ruedas de São Caetano do Sul se amarró al cuerpo explosivos falsos y amenazó con enviar una agencia del Instituto Nacional de la Seguridad Social por los aires si no tenía acceso a su pensión de invalidez,128 un residente de una aldea en el distrito de Panyu, en el sur de China, donde el Estado había expropiado las tierras colectivas para venderlas a empresas turísticas, tomó una decisión drástica en el edificio del gobierno local: con bombas reales, se explotó y mató a cinco empleados. Despedido a principios de julio, un albañil invadió la casa del ex patrón en el litoral de Santa Catarina, mantuvo como rehenes a su familia durante diez horas y terminó siendo asesinado por la policía cuando los liberó.129 Y la pandemia representaría aún más presión y desesperación, como se evidencia en el caso del hombre que arrojó su automóvil en la recepción de una sala de emergencia pública abarrotada en la región metropolitana de Natal, luego de que se negara la atención a su esposa, contagiada con covid.130

Cuando un policía militar de Bahía abandonó su puesto y condujo solo durante más de 250 kilómetros hasta Farol da Barra, un punto turístico de Salvador, donde disparó al aire con un rifle, en medio de gritos contra la violación de la “dignidad” y el “honor del trabajador”, su estallido fue celebrado en las redes anticonfinamiento como un gesto heroico contra las “órdenes ilegales” de los gobernadores.131 El fin trágico del soldado, muerto en un tiroteo con sus colegas, fue usado por diputados de extrema derecha para incitar un motín en la tropa. La caravana policial que salió del lugar al día siguiente, sin embargo, encontró el tránsito congestionado por otra manifestación: eran los motoboys que denunciaban la muerte de un repartidor atropellado por un conductor ebrio la noche anterior. Unidos accidentalmente en el luto por los compañeros caídos en una guerra social sin forma definida, los actos convergieron hacia la sede del gobierno estatal.132

Al mismo tiempo que agudiza la crisis, o más bien, ensancha la cloaca en la que luchamos desde hace décadas sin salir del lugar, la política de tierra arrasada de Bolsonaro le permite movilizar la desesperación, en embestidas suicidas, bajo la promesa de una decisión133 – de un “golpe final”134. Por mucho que el descontento por el aumento de los precios de los combustibles haya arañado el apoyo del presidente en una de sus principales “bases” (los camioneros), el bolsonarismo siguió siendo la principal fuerza política con cierta capacidad para disputar la convulsión social de estos tiempos apocalípticos, actuando para conformar las más diversas insatisfacciones en una “revuelta dentro del orden”135, desviándolas para atacar sus adversarios de ocasión dentro de las instituciones – ya sean alcaldes, gobernadores, el poder judicial, los medios de comunicación, la vacuna o la urna electrónica – o simplemente mimetizando luchas concretas en rituales estéticos, como sus paseos en moto de los domingos.

En el punto álgido de ese torbellino, el Supremo Tribunal Federal volvió a traer al tablero una pieza decisiva que los mismos jueces habían eliminado del juego unos años antes. Al anular las condenas de Lula y permitirle presentarse a las elecciones, la decisión indica que tal vez no sea posible contener los ataques de la insurgencia bolsonarista sin recurrir al comandante de la gran operación de pacificación que se llevó a cabo casi sin oposición hasta el sismo de junio de 2013, nutriendo esperanzas de que todo vuelva a funcionar como antes. Cabe preguntarse, sin embargo, “¿qué tecnología tendrá a mano para apaciguar” a una masa urbana en acelerada trayectoria de “proletarización a la baja” en medio de la actual escalada de la guerra social?136 Por más que la maniobra del Poder Judicial reviva en la izquierda la vana esperanza de restaurar los derechos desmantelados, los artífices del programa económico del PT para 2022 no solo reconocen la pérdida de la forma del trabajo, sino que también se unen a los ejecutivos de iFood para “sacar a los trabajadores de plataformas digitales del limbo regulatorio”137, lo que “no quiere decir encajar en la vieja CLT, pero tampoco es para dejarlo como está hoy.”138

“Un nuevo gobierno de Lula significará, en el mejor de los casos, que la gente podrá seguir trabajando con Uber”,139 con la regulación de la “asociación” entre app y conductores y más “seguridad jurídica” para las empresas. Y, aunque el régimen incendiario provocado por Bolsonaro proporciona un terreno fértil para la expansión de sus negocios, las foodtech brasileñas tampoco prescinden de la experiencia de diálogo y mediación de conflictos acumulada en el país durante los gobiernos “democrático-populares”. Para minimizar el impacto negativo de los paros en su marca, iFood – que, por cierto, celebra “objetivos de diversidad e inclusión racial y de género” dentro de sus oficinas140 – ha estado reclutando personal forjado en ONGs y proyectos sociales en las periferias urbanas para apaciguar la rebelión de sus “socios” motorizados.141 A lo largo de 2021, los motoboys involucrados en huelgas en todo el país fueron abordados por un “community manager” contratado por la empresa no precisamente para responder reclamos, sino para dialogar, anunciando la construcción de un “Foro de Repartidores”142 con influencers digitales del gremio y supuestos líderes de huelgas, al mejor estilo de las conferencias participativas del Brasil de antaño.

El regreso del ex metalúrgico al Palacio de la Alvorada debe representar no un momento de reconstrucción nacional, sino la oportunidad de enterrar los destrozos y consolidar los nuevos terrenos de acumulación en el país, en una normalización del desastre con sabor a victoria – y por eso mismo “más perfecto de lo que sería posible bajo cualquier político conservador”.143 La expectativa por las elecciones de 2022 profundiza así el estado de espera de grandes partidos y pequeños colectivos de izquierda, que durante la pandemia encontraron en el imperativo del aislamiento social una justificación para su cuarentena política. Al encarnar la defensa de las recomendaciones sanitarias, la izquierda en general se ha conformado a la realidad del home office, en una espera paralizante de bajas expectativas: la espera del conteo diario de muertos, esperando la caída de la curva de contaminación; la espera de la llegada de las vacunas a Brasil, seguido de la espera – y disputa144 – por un lugar en la cola; la espera del fin del “gobierno de Bozo”, animada por cada nuevo impasse con el Supremo Tribunal Federal o testimonio en la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre el covid; en suma, la espera a que pase lo peor y que todo sea menos peor, como antes. Con la mejora en los indicadores de la pandemia, a mediados de 2021, esta esperanza inerte salió de casa y se convirtió en fotografía aérea en las avenidas. Sin embargo, si las manifestaciones contra Bolsonaro demostraron la magnitud del rechazo al presidente en las principales ciudades del país, también dejaron patente la impotencia de esta oposición. Luego de congregar a cientos de miles de personas, los actos fueron desvaneciéndose paulatinamente, al entrar en el tiempo de espera de las entidades organizadoras.

El letargo de la izquierda contrasta con la insurgencia de la extrema derecha, que se alimenta de la movilización de quienes ya no tienen expectativas. Y si no es posible descartar por completo una victoria imprevista de Bolsonaro en las urnas, tampoco se puede despreciar las amenazas de ruptura del orden, siempre pospuestas, para conservar su militancia en una disposición casi paranoica mientras mantiene a la oposición a la defensiva, hipnotizada por la inminencia del golpe decisivo que nunca llega. La política permanece en trance, en una eterna preparación para un conflicto interminable que es, en sí mismo, una táctica de guerra en el arsenal de la gestión “híbrida” de territorios y poblaciones.

A pesar de contar solo con la multitud leal habitual, el ejercicio de movilización de tropas el feriado del 7 de septiembre fue menos un signo de impotencia145 que un campo de pruebas. Al día siguiente, cuando las carreteras de quince estados del país fueron bloqueadas por camioneros – quienes, hasta entonces incapaces de sostener una movilización en torno al valor del flete y el combustible, mostraron considerable fuerza en apoyo al ataque estratégico del presidente contra las máquinas de voto electrónico y el Supremo Tribunal146 –, el gobierno se vio obligado a reconocer que la convocatoria no fue más que un ensayo general, despertando la ira de muchos manifestantes y revelando un bolsonarismo que ya supera al propio Bolsonaro. Dentro o fuera del Estado, comandada por el capitán o no, “la revolución que estamos viviendo”147 – y que “repone la violencia, entendida como el uso de la fuerza armada, como recurso político fundamental” – se sentirá para muchos más allá de 2022, como anuncian las escenas casi surrealistas del asalto al Capitolio y otras legislaturas estatales tras la derrota de Donald Trump en Estados Unidos.148

Programado para el 11 de septiembre, un nuevo paro nacional de repartidores de aplicaciones llegó a ser confundido con la noticia del paro de camioneros – menos por el apoyo al presidente que por el significado de que el último gran paro de esa otra categoría central del sector logístico adquirió en el imaginario de los motoboys.149 Sin la misma repercusión que el Freno de las Apps del año anterior, el paro de 2021 se prolongó, aquí y allá, más allá de la fecha prevista. En una distribuidora de bebidas de la aplicación Zé Delivery, en el sur de la ciudad de São Paulo, los motoboys decidieron iniciar la huelga dos días antes para cobrar los pagos atrasados.150 Y en São José dos Campos, en el interior de São Paulo, los repartidores continuaron parados los 5 días siguientes, en la huelga de aplicaciones más larga en la historia del país hasta aquél momento.151

Inspirados en un video en el que motoboys capitalinos escenifican paso a paso “cómo trabar un centro comercial”,152 repartidores del quinto municipio más grande del estado se dividieron en pequeños grupos para bloquear los grandes establecimientos de la ciudad, mientras otros circulaban por las calles para interceptar rompehuelgas, además de distribuir agua y alimentos. Todas las noches, se reunían todos en una plaza para discutir la dirección del movimiento y votar sobre la continuación del paro. Mientras una aplicación más pequeña, que acababa de llegar a la ciudad, cedió ante la presión anunciando un aumento en las tarifas, iFood organizaba una contraofensiva y prometía una reunión con los líderes locales, a través de uno de sus “organizadores comunitarios”. La noticia de que la mayor plataforma de comida a domicilio de América Latina había abierto una negociación – por limitada que fuera – ante la heroica persistencia de los “trescientos de São José dos Campos”, como retrataban los memes en las redes de motoboys, dio a esa derrota el sabor de la victoria y la convirtió en un ejemplo para el entorno. En las semanas siguientes, el interior de São Paulo fue asolado por una secuencia no coordinada de paros, que durarían varios días en Jundiaí, Paulínia, Bauru, Rio Claro, São Carlos y Atibaia.153

En los momentos de tensión que marcaron el final de la movilización en São José dos Campos, sin embargo, las promesas de diálogo se combinaron con otra negociación de iFood con restauradores y operadores logísticos locales que, en tono amenazante, enviaron el mensaje a los motoboys diciéndoles que la continuidad del movimiento podría conducir a “actos de violencia” en la ciudad.154 Al recurrir a la vez a estrategias de desmovilización participativa y milicianas, la mayor aplicación de repartos brasileña da indicaciones sobre el futuro del país entre Lula y Bolsonaro – o simplemente nos recuerda que los sindicalistas al servicio del patrón, los carneros y los matones siempre se han cruzado en la zona gris de los intermediarios populares.155

Amapaense carrega pneus para barricada

Lucha de clases sin forma

En los primeros días de marzo de 2019, los pasajeros encontraron boleterías cerradas en varias estaciones del metro de São Paulo. No fue para nada extraño, ya que los dolores de cabeza con el sistema de recarga de tarjetas son parte de la rutina de quienes utilizan el transporte público en la ciudad. Lo que parecía más un problema técnico desde el exterior de las cabinas era, sin embargo, un movimiento invisible de los vendedores de boletos subcontratados contra los descuentos ilegales en los salarios, entre otros dispositivos ilícitos utilizados con frecuencia por el proveedor de servicios para reducir sus gastos de personal.156 “Explorando el límite ambiguo entre la precariedad del sistema, que ya es normalmente disfuncional, el estancamiento (…) y el ‘paro parcial’ de facto”, los trabajadores subcontratados realizaron una huelga intermitente en la que se sucedieron las interrupciones y los retornos al trabajo “en varias boleterías, según las oportunidades, la fuerza del momento”, y sin aparente coordinación.157 A un paso de distancia, el conflicto pasó casi desapercibido a los ojos de la mayoría de los trabajadores permanentes del metro, conocidos por su intensa actividad gremial. Además de exponer el abismo abierto por la tercerización dentro del mismo espacio de trabajo, la dificultad de reconocer esa huelga, completamente fuera del rito oficial – sin principio ni fin definido, sin anuncio claro, sin reuniones ni negociaciones formales – es una señal de la pérdida de forma de conflicto social en el mundo del trabajo sin formas.158

Al igual que la movilización clandestina en la boletería, innumerables paros de reparto estallan y se deshacen sin contornos precisos, en los espacios de sombra frente al trabajo difuso que mueve la logística urbana: estacionamientos de centros comerciales, amontonamiento de motos, centros de distribución, dark kitchens y dark stores159, además de los entornos virtuales. Si entre los contratistas del metro la insubordinación oscilaba de una estación a otra según los desfases y la presión del momento, entre los motoboys es común que el conflicto salte de tienda en tienda, de un barrio a otro, o de ciudad en ciudad de forma discontinua e impredecible: mientras los primeros huelguistas llegan al límite de fuerzas y recursos, un nuevo grupo anuncia un freno en otra esquina, contagiados de vídeos y relatos que se difunden en tiempo real.

Cuando la alta rotación laboral es la regla, las luchas también se vuelven altamente rotativas: dentro de la misma ciudad, es común que los repartidores de la “primera línea” de una protesta no hayan participado en movimientos anteriores. Y si un proceso consistente de cooptación de líderes es difícil, la dinámica centrífuga de las luchas también desafía cualquier esfuerzo por organizar el movimiento. Los grupos de WhatsApp aparecen y son abandonados con cada movilización, los trabajadores se juntan y dispersan con la misma volatilidad con que se interrumpe una conversación en la vereda cuando se escucha un nuevo pedido: como moléculas de gas que se condensan en el momento de una tormenta, es solo en el momento de la confrontación que toma forma el proletariado en nube.

“Una ‘base’ que sólo existe en un proceso de confrontación”, que “se disuelve en cuanto decae la acción”, “no está disponible para ser manejada”.160 Incluso los líderes que emergen públicamente, lejos de dirigir un contingente cohesionado de motoboys, tienen, como mucho, una red difusa de seguidores, también en la nube. Para los youtubers e influencers vinculados al movimiento, menos líderes que “cuentapropistas políticos”161, el compromiso con la causa suele confundirse con una carrera personal. Ganar la lucha no está disociado de ganar con la lucha, lo que puede significar desde monetizar videos hasta colaborar en acciones de marketing, pasando por la invitación a convertirse en propietario o gerente de un operador logístico. La ambigüedad, que describe una zona de indistinción entre acción política y trabajo, ya está contenida en cierta medida en el vocabulario actual de los repartidores: ser “guerrero” o “ir a luchar” son expresiones que pueden referirse tanto al conflicto contra el aplicación, así como a la guerra de baja intensidad que se vive en el día a día sobre dos ruedas.162 La profusión de candidaturas de conductores de apps en las elecciones municipales de 2020,163 en su mayoría por leyendas fisiológicas y de derecha, representa mucho más una forma de ascenso individual que la táctica deliberada de un movimiento sectorial articulado, que no existe.

Hoy, las estructuras organizativas solo perduran fuera del conflicto en la medida en que pasan a operar como engranajes del propio trabajo, como es el caso de las diversas asociaciones profesionales, sindicatos y cooperativas que funcionan, para los repartidores, como canales de inserción en el mercado laboral – y también el caso de los grandes movimientos sociales de hace décadas, que ahora subsisten como mediadores del acceso a los programas de gobierno y al mercado. Basta recordar el último éxito del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en el sector financiero, una asociación con grandes grupos empresariales para recaudar fondos para siete cooperativas de asentamientos agrarios – entre las que se encuentran algunas de las mayores productoras de alimentos orgánicos del continente164 –, emitiendo títulos de valores disponibles para “pequeños y medianos inversionistas” en una plataforma en línea.165 Ante la insuficiencia y el desmantelamiento de las políticas de promoción de la llamada “agricultura familiar”, el MST recurrió directamente al mercado, en una operación que recaudó más de 17 millones de reales, sin la mediación de programas gubernamentales, en línea con la creciente valorización (y cuantificación) del “impacto social” de las inversiones en todo el mundo.166

Por cierto, hace tiempo que ciertos movimientos sociales migraron a la nube. A lo largo de la década de 2000, los desafíos de gestionar campamentos con cientos de familias en la periferia, atravesados ​​por disputas con poderes territoriales competidores y siempre al borde del desalojo, hicieron que cada vez más movimientos por vivienda – especialmente el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) – reconozcan las ocupaciones como un momento necesariamente provisional y adopten, como estructura permanente, un amplio registro de familias. Mientras otras organizaciones constituían una base cobrando renta a los inmuebles ocupados, el MTST amplió sus filas exigiendo compromiso en lugar de dinero: la participación en asambleas y marchas otorga puntos que condicionan el acceso a los planes sociales negociados con el gobierno, y el puntaje de cada la familia dicta la clasificación de la lista de espera para la casa prometida.167 En resumen, el “trabajo de base” dio paso al trabajo de la base. Con un núcleo tecnológico pionero, el movimiento digitalizó parte de esta logística interna de las ocupaciones y manifestaciones en una app y, más recientemente, lanzó la campaña “Contrata a los que luchan”, que cuenta con un bot de WhatsApp capaz de conectar a las personas sin techo registradas con los clientes en la búsqueda de una serie de servicios.168

Si “se ha desdibujado la frontera entre las formas de asociación dirigidas a la lucha colectiva y las destinadas a comprometer aún más al trabajador en la explotación”,169 no es extraño que los conflictos de nuestro tiempo se produzcan fuera de las organizaciones consolidadas, o incluso contra ellas, pero sin construir ninguna estructura en su lugar. La mayor ola de huelgas en la historia del país, de 2011 a 2018 – y no en la década de 1980, como se podría suponer – tiene tan poco que ver con el ciclo de luchas que marcó el fin de la dictadura que la comparación se vuelve casi fuera de lugar.170 Cuando resurgió en nichos fordistas relativamente estables hace cuarenta años, el sindicalismo aún nutrió un horizonte de expansión de conquistas, en el que se forjaron nuevas e importantes organizaciones de masas, integradas en el esfuerzo general de “construcción de la democracia” – mantra que, de allá para acá, se disiparía “en un presente perpetuo de trabajo redoblado”171. En la última década, las huelgas comenzaron a “ocurrir, cada vez más, en el ámbito de las reacciones inmediatas, urgentes”: por el pago de salarios atrasados ​​y el cumplimiento de la legislación, contra el cierre de unidades y despidos masivos, entre otras demandas “defensivas”.172 Llevadas adelante a disgusto de los sindicatos y a menudo hostiles a sus representantes, tales movimientos a veces adquirieron características insurreccionales, como las rebeliones en los grandes sitios de construcción del Programa de Aceleración del Crecimiento173 o los paros salvajes de los conductores de autobuses fuera de los garajes en las vísperas de la Copa del Mundo174.

A pesar de su escala sin precedentes, la avalancha de huelgas de la década de 2010 no dejó lugar para ninguna “acumulación de fuerzas”, ni aquí ni en China. Contrariamente a lo que pudiera imaginarse, la situación fue similar en el corazón industrial del planeta, atravesado por una ola de disturbios obreros en el mismo período. Sin canales oficiales de representación, las huelgas dispersas y violentas que se multiplicaron en las fábricas chinas terminaron siendo “incapaces de construir una organización duradera y de articular demandas políticas”.175 Con aires de “saqueo” la huelga aparece como un momento de “conseguir todo lo que fuese posible” a cambio de la insoportable cotidianidad en los distritos industriales: “recuperar salarios, primas de vacaciones y beneficios no pagados, o simplemente vengarse de los gerentes que cometieron acoso sexual, de los patrones que pagaron a los matones para que golpearan a los trabajadores en lucha, etc.”176 Otras veces, los trabajadores “simplemente tomaron el dinero y se fueron”: “levantar el balde” y abandonar los alojamientos, para usar la expresión típica de los trabajadores migrantes chinos que recientemente se volvió viral junto con videos críticos a la vida en las fábricas.177

Sin el viejo “horizonte de ‘conquistas’ por acumular, en una perspectiva más amplia de integración progresiva”, lo que resta para las luchas de nuestro tiempo es retroceder o escalar de inmediato, “asumiendo formas insurreccionales sin mediación alguna (sin antes y después)”.178 Por eso las protestas contra el aumento de las tarifas del transporte se conviertan, en pocos días, en terremotos en las calles de Brasil o Chile; que la violencia policial incendie ciudades en Grecia, Estados Unidos o Nigeria; que un aumento de los combustibles paralice Ecuador, Francia, Irán o Kazajstán. Si bien las demandas iniciales dan contornos mínimos a estos levantamientos, su explosión tiende a extrapolarlos y diluirlos en una revuelta generalizada contra el orden – que termina traduciéndose en muchos casos, de manera imprecisa, en una revuelta “contra el gobierno”.179

Tan intensos como discontinuos, sin asumir jamás formas estables, los conflictos que proliferan de un extremo al otro del globo pueden ser descritos como “no movimientos sociales”.180 Surgida en los debates de ciertos círculos militantes, la expresión resulta útil en un contexto de “lucha de clases sin organización de clase”,181 cada vez más atomizada, cuya propagación pasa menos por estructuras centralizadas que por acciones que se replican de manera dispersa. Los no-movimientos se expanden a través de gestos que pueden ser “copiados e imitados, acumulando instancias de repetición”182 y ramificándose como memes en internet – pero en las calles, en una dinámica que se retroalimenta en las redes. Es el caso del Freno de las Apps, que no fue una organización ni una campaña planificada, sino un gesto replicable difundido a través de videos que seguían el mismo guión. Y también los paros en el sector del telemarketing a poco de la llegada del nuevo coronavirus aquí; el bloqueo de decenas de rotondas por peatones con chalecos reflectantes amarillos en Francia; de las “evasiones” estudiantiles y la “primera línea” en las protestas chilenas… A través de la multiplicación de estos actos descentralizados, los conflictos adquieren escala sin adquirir una forma estable (cuando la forma es fija, el meme pierde fuerza y ​​corre el riesgo de convertirse en marca, en una imagen vacía de contenido, en una estetización de la revuelta).183

Presionados por disturbios difusos y sin interlocutores con los que negociar, los gobiernos y empresas de todo el mundo tienen el desafío de “responder unilateral y racionalmente a una insurgencia ‘irracional’”184. La formalización de los no-movimientos – es decir, su traducción a una gramática legible para las instituciones – aparece aquí como condición previa para su neutralización e incorporación. Sin embargo, aun cuando las revueltas resultan victoriosas en sus reivindicaciones inmediatas, la vuelta a la normalidad suele acarrear la sensación de que nada ha mejorado, o incluso de que la situación ha empeorado. La incapacidad del Estado para absorber por completo la energía de la contestación deja una insatisfacción latente, que puede revertir el impulso original – ¿no era esto, después de todo, la continuidad entre la revuelta de junio de 2013 y la insurgencia bolsonarista?185 Desde políticos que asumen abiertamente la violencia social hasta la degradación en guerras civiles de hecho, los no-movimientos a menudo acaban acelerando la tendencia destructiva de la propia crisis.186 Movilizaciones intensas y agotadoras que, sin embargo, no logran salir de se lugar: ¿están los conflictos de nuestro tiempo también atrapados en el ciclo infernal del nèijuǎn?

En las paredes calcinadas de las estaciones de metro de un Hong Kong sublevado, frases como “prefiero ser cenizas que polvo” o “si nos quemamos, tú te quemas con nosotros” condensaban una imagen certera no sólo del callejón sin salida al que se enfrentaban los amotinados de esa ciudad, sino del clima asfixiante que pesa sobre las revueltas de nuestro tiempo.187 Si hace poco sentido hablar de acumulación de fuerzas, “la ira ciertamente se acumula”,188 y está siempre al borde del descenso a la violencia entre los propios desollados. Sin cambios significativos en las condiciones de trabajo, no es raro escuchar a los motoboys defender los paros laborales como una forma de al menos vengarse de las aplicaciones189 – pero el odio colectivo puede volverse rápidamente contra un conductor en una pelea de tránsito o un ladrón de motocicletas atrapado en el acto y a punto de ser linchado. Con los mismos contornos vengativos y suicidas que los estallidos individuales de desesperación, los enfrentamientos a menudo se reducen a una escalada de violencia sin sentido.190 Alguien necesita quedarse para barrer – como ocurrió a la mañana siguiente de la mayor manifestación de la historia de Chile, cuando los inmigrantes venezolanos se organizaron para limpiar voluntariamente las calles del centro de Santiago; o en Quito, en ese mismo octubre de 2019, donde la limpieza de las barricadas estuvo a cargo de una minga organizada por la Coordinación Nacional Indígena de Ecuador (CONAIE) tras el acuerdo que puso fin al levantamiento. Visto desde allí, los disturbios y rebeliones de las más variadas dimensiones se vuelven más un hecho rutinario de nuestra catastrófica cotidianidad.

Curiosamente, la expresión “no-movimientos” apareció por primera vez en la literatura sociológica para describir el “estado constante de inseguridad y movilización” de los sectores subalternos urbanos “cuyos medios de vida y reproducción sociocultural a menudo dependen del uso ilegal de los espacios públicos de la calle”, en un “larga guerra de desgaste” con las autoridades en las metrópolis del Medio Oriente contemporáneo.191 Nada más lejos del apuro de ambulantes o motoboys en las calles brasileñas, siempre listos para driblar un bloqueo policial o evadir inspecciones, no pagar el ticket de metro o cruzar la calle con el semáforo en rojo para safar: “esfuerzos dispersos”, individuales, cotidianos y continuos, que pueden involucrar “acciones colectivas cuando los ingresos están amenazados”192. Con una sola chispa, esta rutina desesperada de trabajo, que se mueve a cada momento entre la resistencia y el compromiso, puede romperse en una explosión desesperada – vale recordar que se trataba de la autoinmolación de un vendedor ambulante cuyo carro de frutas acababa de ser confiscado lo que sirvió de detonante para las protestas de 2011 en Túnez.

A la vuelta de las esquinas, entre “trabajos de mierda” y “trabajos” temporales – donde no hay nada prometedor a la vista excepto salir – la insubordinación irrumpe con la misma urgencia, la misma inmediatez de la producción just-in-time. Los conflictos estallan como un gesto desesperado, un grito de “vete a la mierda” en el que se mezclan “sufrimiento, frustración y revuelta”193, muchas veces bajo la forma de un acto de revancha individual o, cuando mucho, colectivo. Al igual que la reciente ola de deserciones laborales en Estados Unidos194 y en otras partes del mundo, la estampida de los call centers en los primeros días de la pandemia en Brasil fue una señal de rechazo a una rutina que, para hacer frente a la “normalidad” que se derrumba, se torna aún más infernal. Con cada nueva emergencia – sanitaria, ambiental, económica, social –, gira la tuerca de la intensificación del trabajo, todos integralmente movilizados en un esfuerzo interminable en el que sólo se forman “experiencias negativas”195. Sin embargo, si los “no-movimientos” traen una buena noticia, es precisamente esta: “indican que el proletariado ya no tiene tareas románticas”196, que no tiene nada que esperar y tampoco nada que perder.

Amapaense alimenta fogo na barricada com madeira

Notas

  1. 1 Publicada originalmente en portugués en Neblina.xyz, mar. 2022. Esta es una versión revisada y corregida de la traducción al español publicada en dos partes por el sitio Uninómada Sur, abr. 2022.
  2. 2 Eduardo Bolsonaro, “Fala de JB abrindo o jantar na embaixada do Brasil nos EUA (17/MAR/2019)”, YouTube, 18 mar. 2019.
  3. 3 “Para não morrer, operadores paralisam call centers em todo Brasil exigindo quarentena”, Passa Palavra, 19 mar. 2020. En cierto modo, las protestas fueran un epílogo insólito a las reflexiones de algunos militantes que, unos años antes, se enfrentaban a las dificultades de organizarse en un sector tan rotativo (Un grupo de militantes, “Disk Revolta: questões sobre uma tentativa recente de organização nos call centers”, Passa Palavra, 30 de mayo de 2019). En el momento en que los centros de telemercadeo se vieron afectados por una ola de paros sin precedentes, es significativo que la perspectiva de la movilización fuera simplemente para escapar de ese infierno.
  4. 4 Trabajadores de la Livraria Cultura, “'Nosso último grito de socorro': trabalhadores voltam a denunciar a Livraria Cultura”, Passa Palavra, 19 feb. 2020.
  5. 5 “Somos rehenes”, decía un cartel sostenido por operadores en la ventana de una empresa de telemercadeo en el centro de São Paulo el día de la “huelga general” convocada por las centrales sindicales contra las reformas laborales y de seguridad social en 2017 (Disk Revolta, “Pedido de socorro e apoio à greve na Uranet”, Facebook, 28 abr. 2017).
  6. 6 Aquí, también, la batalla clandestina en la librería reveló una tendencia. “Para cualquier sindicalista, el objetivo final trazado por los trabajadores de Livraria Cultura sonará muy extraño: quieren ser despedidos sin justa causa. Si bien este reclamo solo tiene sentido en el marco de la Ley del Trabajo brasileña (después de todo, el objetivo es ganar la terminación del contrato), mirando la perspectiva histórica, este tipo de lucha ya indica un adiós a las promesas de la Ley del Trabajo, pues no hay más el horizonte legal, político, económico y social que alguna vez represento (carrera, estabilidad, derechos, etc.). “Ser despedido era visto como una victoria”, escribió un ex empleado en un comentario. (“Por que as denúncias contra a Livraria Cultura viralizaram?”, Passa Palavra, 27 abr. 2019).
  7. 7 Un caso de presión colectiva por el teletrabajo fue registrado por Invisíveis de Goiânia, “Atento: resistindo à chamada da morte”, Passa Palavra, 17 abr. 2020.
  8. 8 Conocida por ser la puerta de entrada al mercado laboral de miles de jóvenes”, la profesión de operador de call center venía enfrentando, “en los últimos años, (…) una reformulación del mercado [de telemarketing], con un recorte de vacantes y una inversión en autoservicio”, explica el director de la patronal del sector. Las medidas de aislamiento social parecen haber contribuido, sin embargo, a que “por primera vez en cinco años” se contrataron más operadores que despidieron en los doce meses que terminaron en febrero de 2021, en un movimiento que algunos expertos ven como temporal. En cualquier caso, la automatización y la dispersión de la plantilla parecen ser tendencias complementarias en la reestructuración del área, que estudia mantener parte de la plantilla en home office tras la pandemia – y ya está desarrollando nuevos mecanismos de vigilancia para ello, tal como hacen varios otros sectores. (Angelo Verotti, “Ao novo normal”, IstoÉ Dinheiro, 14 jul. 2020; Douglas Gavras, Telemarketing reabre vagas com mudança de comportamento do consumidor pós-Covid”, Folha de S. Paulo, 8 mai. 2021; “Funcionários de call center em home office serão vigiados”, Poder 360, 28 mar. 2021).
  9. 9 Algunos de estos paros están registrados en el video del canal Treta no Trampo, “2020 - Greve dos rodoviários!” (Instagram, 1 feb. 2021), y mencionado en Thiago Amâncio, “Crise no transporte público na pandemia provoca greves em série por todo o país" (Folha de S. Paulo, 21 mayo 2021).
  10. 10 “En la medida en que la política gana aires de guerra abierta, las tecnologías de mediación social desarrolladas en los últimos años suenan obsoletas. (...) La ola de destrucción que sobrevino no sólo sobre los principales operadores del arreglo político constituido desde la redemocratización y su maquinaria de gobierno, sino también a algunas de las mayores empresas brasileñas, necesita ser comprendida en el marco de una ‘aniquilación forzada de toda una masa de fuerzas productivas’, movimiento típico de las crisis capitalistas, que siempre viene acompañado de una profundización de la explotación. La destrucción de fuerzas productivas, frecuentemente por medio de la guerra, siempre constituyó una salida de emergencia eficiente para el capital.” (Un grupo de militantes, “Mira como ha cambiado la cosa” [traducido al español], Passa Palavra, 18 jun. 2018).
  11. 11 Marcos Nobre, “O caos como método”, Piauí, abr. 2019.
  12. 12 Gabriela Lotta, “O que acontece quando a falta de decisão é o método de governo”, Nexo, 27 ene. 2020.
  13. 13 “El discurso de Bolsonaro no es una negación de la letalidad del virus, o si lo es a nivel superficial”, apuntó un espectador de los primeros pronunciamientos oficiales durante la pandemia: “transubstanciado en un complejo humano-virus, (…) Jair Bolsonaro se acerca a su forma final, un ángel de la muerte, un emisario de la muerte masiva – qué mejor expresión podría haber para el capital suicida?”. (Felipe Kouznets, “anjinhos”, electricuzinho, 25 mar. 2020).
  14. 14 “Bolsonaro diz que, no Exército, sua ‘especialidade é matar’”, Folha de S. Paulo, 30 jun. 2017.
  15. 15 Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE), Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua – Mercado de Trabalho Conjuntural, ago. 2020.
  16. 16 Entre los nuevos usuarios de la plataforma, el 35% relacionó la búsqueda de trabajo con el aislamiento social (Beatriz Montesanti, “Startup israelense de trabalho freelancer chega ao Brasil”, Folha de S. Paulo, 10 nov. 2020).
  17. 17 Popularizada por el delantero Neymar Jr., la expresión “el padre está on” se convirtió en un meme en Internet. Estar en línea también significa, en este caso, estar “conectado”, disponible, listo para todo, en contextos que van desde el coqueteo hasta el trabajo, pasando por todo el ambiguo campo de las redes sociales.
  18. 18 Clara Assunção, “En el país de la informalidad, vendedores ambulantes de la CPTM protestan por la sobrevivencia: ‘Queremos trabajar’”, Rede Brasil Atual, 6 feb. 2020.
  19. 19 Alguns militantes, “Entre el aislamiento y las prisas, trabajadores en disputa en la pandemia”, Passa Palavra, 11 abr. 2020.
  20. 20 En sus escritos de la década de 1970, Chico de Oliveira vio el proceso de modernización del país como un “huevo de Colón”: así como el viejo truco de romper la cáscara del huevo para que se mantuviera en pie, lo que puso y mantuvo de pie al capitalismo brasileño fue esta “extraña economía de subsistencia”, aparentemente atrasada, de las periferias urbanas y del campo. La industria de bienes de consumo, mostró el sociólogo, tenía su contrapartida en el comercio ambulante, mientras que el crecimiento de la producción de automóviles estuvo acompañado por la proliferación de lavaderos manuales y talleres mecánicos de esquina. A medida que compensaba la falta de una acumulación capitalista anterior suficiente, esta simbiosis otorgó un lugar absolutamente central al “trabajo informal” en el proceso de industrialización y urbanización del país. De la misma manera, el contrato laboral mismo estuvo ligado a la informalidad desde su génesis: en los días libres de la fábrica, el trabajador formal continuaba trabajando – por cuenta propia y sin remuneración – para construir su casa en fraccionamientos irregulares, en una práctica que dio origen a la mayoría de las periferias de las grandes ciudades brasileñas y eso terminó por bajar los salarios, cuya suma no necesitaba tener en cuenta el costo del alquiler. En la autoproducción de los trabajadores a través de soluciones extenuantes e improvisadas, se invisibilizó a la sombra del mundo del trabajo oficial una cantidad colosal de exceso de trabajo sin forma definida. Chico de Oliveira relacionó esta dimensión invisible de la explotación con la desconfianza de los trabajadores hacia los gobiernos populistas antes del golpe de 1964, que habían sido derrocados de la noche a la mañana sin mucha resistencia popular. No por casualidad, fue precisamente desde las periferias urbanas, donde se concentró este trabajo informe, que nuevos personajes entraron en escena en los últimos años de la dictadura militar. Desde la invasión de tierras hasta la demanda de estructuras colectivas para los barrios (como alcantarillado, electricidad, asfalto, buses, guarderías, centros de salud, escuelas, etc.), las luchas en los márgenes de las metrópolis jugaron un papel central en el movimiento de recomposición política del proletariado de fines de la década de 1970. Al mismo tiempo que representaba un trabajo excedente funcional a la acumulación capitalista, la autoconstrucción de la ciudad resultó ser, por eso mismo, una zona explosiva de conflictos. En este proceso ambivalente, en el que la autoactividad proletaria era a la vez trabajo no remunerado y lucha de clases, se hace visible lo que el brasilero James Holston llamó una “ciudadanía insurgente”, en la que la confrontación se convierte en una forma de integración al orden. (Ver, traducido al español, Francisco de Oliveira, “La economia brasileña: Crítica a la razón dualista”, El Trimestre Económico Vol. 40, n. 158, Fondo de Cultura Económica, abr. 1973 y “El ornitorrinco”, New Left Review Español, n. 24, ene. 2004. Del mismo autor, “Acumulação monopolista, Estado e urbanização: a nova qualidade do conflito de classes”, en José Álvaro Moisés et al. Contradições urbanas e movimentos sociais, São Paulo, CEDEC / Paz e Terra, 1977; la referencia final es a James Holston, Cidadania insurgente, São Paulo, Cia. das Letras, 2013).
  21. 21 Véase Paulo Arantes, “A fratura brasileira do mundo”, Zero à esquerda, São Paulo, Conrad, 2004. Para una reciente reanudación de esta discusión, en el contexto del fracaso de la lucha contra la pandemia en el corazón occidental del capitalismo , véase Alex Hochuli, “The Brazilianization of the World”, American Affairs, v. 5, n. 2, 2021.
  22. 22 Ludmila Costhek Abílio, “O futuro do trabalho é aquí”, Revista Rosa, v. 4, n. 1, ago. 2021.
  23. 23 Esta expresión popular, adoptada por algunos sociólogos en los últimos años, define el tránsito “entre una serie de actividades contingentes, marcadas por la inestabilidad y la inconstancia, así como entre expedientes legales e ilegales”, que marcan la trayectoria de una parte significativa del mercado de trabajo brasileño: “caminos siempre discontinuos, siempre inestables en el mercado de trabajo” que “hacen inoperantes las diferencias entre formal e informal” (Carlos Freire da Silva, “Viração: o comércio informal dos vendedores ambulantes” en V. Telles y otros, Salidas de emergencia, São Paulo, Boitempo, 2011 y Vera da Silva Telles, “Mutações do trabalho e experiência urbana”, Tempo Social, v. 18, n. 1, 2006). Este “’vivir en la corda floja’ de las periferias brasileñas significa una constante captación de oportunidades, que en términos técnicos se traduce en la alta rotación del mercado laboral brasileño, en el tránsito permanente entre el trabajo formal y el informal (…), en la combinación de trabajos ocasionales, programas sociales, actividades ilícitas y contratos laborales” (Ludmila Abílio, “Uberização do trabalho: subsunção real da viração”, Passa Palavra, 19 de febrero de 2017).
  24. 24 “Lei trabalhista tem que se aproximar da informalidade, diz Bolsonaro”, Folha de S. Paulo, 12 dic. 2018.
  25. 25 Pedro Fernando Nery, “Desigualdade em V”, Estado da Arte, 11 nov. 2020.
  26. 26 Isadora Andrade Guerreiro, “O vírus, a invisibilidade e a submissão dos vivos ao não-vivo”, Passa Palavra, 11 mayo 2020.
  27. 27 João Bernardo, “Programa Bolsa Família: resultados e objectivos”, Passa Palavra, 10 abr. 2010.
  28. 28 Vectores del mismo proceso, la nueva Ley de Regularización de Tierras Rurales y Urbanas y el Programa Casa Verde e Amarela apuntan a la transformación de la vivienda de autoconstrucción en un activo financiero, en una suerte de financiarización del giro, que constituye el verdadero lastre de estos títulos – ya sea como trabajo muerto cristalizado en casas regularizadas y utilizadas como garantía para hipotecas y otras transacciones, ya sea como trabajo vivo que paga estas deudas. (Isadora Guerreiro, “Casa Verde e Amarela, securitização e saídas da crise: no milagre da multiplicação, o direito ao endividamento”, Passa Palavra, 31 ago. 2020).
  29. 29 “No tenemos noticias de ningún país que en diez días ponga hasta 30 millones de personas con cuentas bancarias gratis”, afirmó Paulo Guedes a principios de abril de 2020 (Mariana Ribeiro y otros, “Auxílio emergencial colocará 30 milhões de pessoas em contas bancárias digitais”, Valor Investe, 7 abr. 2020).
  30. 30 “El objetivo es liquidar las formas arcaicas de crédito y seguro, reemplazándolas por sus equivalentes capitalistas. Es curioso considerar que, de cumplirse este objetivo, estaremos en una situación contraria a la del modelo keynesiano de distribución de la renta, porque aquí lo que cuenta no es la capacidad de consumo de los beneficiarios, sino su capacidad de ahorro para invertir. De esta forma, quienes no encuentren empleo como asalariados sobrevivirán como microempresarios, contribuyendo así, por un lado y por otro, a la modernización del capitalismo brasileño” (João Bernardo, “Programa Bolsa Família: resultados e objectivos”, cit.). El proceso de organización de esta economía a la vez informal y absolutamente moderna es precisamente lo que se ha denominado “uberización”, con la salvedad de que no se trata de un retroceso ni de una modernización, sino ciertamente de un aumento de la temperatura de las calderas del infierno que es el mundo del trabajo contemporáneo.
  31. 31 Michael Grothaus, “How Universal Basic Income Could Rescue The Freelance Economy”, Fast Company, 1 dic. 2017.
  32. 32 João Pedro Pitombo y João Valadares, “Auxílio emergencial irriga negócio informal e banca puxadinho em casas no Nordeste”, Folha de S. Paulo, 7 ago. 2020.
  33. 33 Toni Pires y Heloísa Mendonça, “Mesmo com auxílio emergencial, crise empurra desempregados para viver na rua”, El País, 1 set. 2020 y Beatriz Jucá y Heloísa Mendonça, “O auxílio que revoluciona a vida no Ceará não salva da rua em São Paulo”, El País, 31 ago. 2020.
  34. 34 Tal vez este sea un buen ejemplo de “consumo productivo”, en la forma en que Ludmila Abílio retoma el término de Marx y le da un nuevo significado, asociándolo con el anidamiento entre trabajo y consumo en el capitalismo contemporáneo (ver Sem maquiagem: o trabalho de um milhão de revendedoras de cosméticos, São Paulo, Boitempo, 2014).
  35. 35 La tesis es de Ludmila Abílio (“Uberização do trabalho: subsunção real da viração”, cit.). En la obra de Marx, la subsunción real del trabajo bajo el capital marca el momento en que, en la industria, la maquinaria forma un sistema integrado que ya no está controlado por los trabajadores, sino que dicta el ritmo de su trabajo y da unidad a las tareas que realizan por separado. El trabajo muerto comienza a organizar el proceso de producción en su totalidad y a someter el trabajo vivo a sí mismo, en un proceso de despojo que consolida la separación entre trabajadores y medios de producción y constituye la fuerza de trabajo como tal. Si hace años Chico de Oliveira apuntaba a algo que podría llamarse la “subsunción formal” de la viração al capital, las tecnologías que permiten controlar ese trabajo en su propia dispersión representan un nuevo paso. A través de ganancias de escala, racionalización y centralización, la “gestión algorítmica” de virazón eleva su productividad a alturas desconocidas. Desde este punto de vista, el reconocimiento de este trabajo informe en el centro de nuestra trunca modernización impone un límite a la categorización de la “uberización” como proceso estricto de flexibilización de las relaciones laborales. En cierto sentido, lo que hicieron aquí las empresas-aplicación fue acelerar la creación de conexiones cada vez más directas y racionalizadas entre esa actividad deformada y los circuitos de acumulación.
  36. 36 Luciana Cavalcante, “Do WhatsApp ao Uber: 1 em cada 5 trabalhadores usa apps para ter renda”, UOL, 12 mayo 2021.
  37. 37 Victor Hugo Viegas, “O movimento do auxílio emergencial”, A Comuna, 14 oct. 2020.
  38. 38 Treta no Trampo, “Tretas na pandemia: Filas do banco”, Instagram, 6 mayo 2020.
  39. 39 Victor Hugo Viegas, “O que o auxílio emergencial tem a ver com a luta de classes?”, Jacobin Brasil, 27 oct. 2020.
  40. 40 Aliny Gama, “MPT investiga se funcionários ajoelhados em ato foram coagidos por patrões”, UOL, 30 abr. 2020.
  41. 41 Amigos do Cachorro Louco, “Dá para fazer greve no aplicativo? Discussão das lutas dos motoboys”, Passa Palavra, 17 de mar. 2020.
  42. 42 “Aprenderé a nadar”, cantaba Gordurinha, condensando en un solo verso, en 1960, el camino de “trabajar en Madureira, viajar en Cantareira y vivir en Niterói” – no en vano, un año después de que ardiese la Revolta das Barcas la flota y el saqueo de la mansión de los dueños de la empresa Cantareira (“Mambo da Cantareira”, Gordurinha está na praça, 1960). No es de extrañar que los buses y trenes siempre hayan tenido una vocación incendiaria, al fin y al cabo, la humillación colectiva en las filas de abordaje y en los transportes abarrotados es expresión del exceso de trabajo por el propio desplazamiento echado sobre la espalda del trabajador. “Es más trabajo ir a trabajar que trabajar”, ​​explicaba un cartel en junio de 2013, cuando explotó la bomba de relojería.
  43. 43 Además de las citas en el párrafo siguiente, los términos son de Ludmila Costhek Abílio, Segurando com as dez: o proletário tupiniquim e o desenvolvimento brasileiro, Relatório final de pós-doutorado apresentado à FAPESP, FEA-USP, 2015.
  44. 44 Leo Vinicius, “A greve dos apps e a composição de classe”, Passa Palavra, 18 ago. 2021.
  45. 45 La percepción no se limita a los entregadores brasileños. “Nadie me olfateaba el cuello, diciéndome que fuera más rápido, que hiciera esto, que hiciera aquello. (…) Teniendo en cuenta lo siniestros que pueden ser otros trabajos, muchos mensajeros incluso prefirieron Deliveroo. El estrés de moverse por las calles es más o menos parecido, o incluso menor, que el estrés de los turnos de ocho horas o más en un bar o en un supermercado (…), sin que te llame un jefe para pedirte que cubras el turno de un colega inesperadamente. Había una sensación de autonomía e independencia que no era del todo ilusoria”, dice Callum Cant sobre su rutina de trabajo como repartidor en Brighton, Inglaterra (Delivery Fight!, São Paulo, Veneta, 2021, p. 79 y 117, ajustes de traducción del original). Ironizando la imagen de los entregadores como “pobres esclavos del sistema”, un ciclista italiano considera que la entrega es “preferible a otros trabajos, por ejemplo en una empresa. Creo que este es uno de los problemas de la plataforma de reclamos que existe actualmente. (…) La mayoría de los entregadores están en contra de esta manifestación [convocada por los sindicatos], para convertirse en un subordinado, porque la flexibilidad es una ventaja” (“EP. 4 – Riders”, Podcast Commonware, 20 abr. 2021).
  46. 46 Buscando a toda costa reflejar su propia imagen en el movimiento real, la izquierda “no defiende ni siquiera algo utópico, ya que es el mantenimiento de lo mismo y un sistema de contención, ni algo realista, porque no hay lastre material para su proyectos.” (Felipe Catalani, “O ‘enigma’ dos motoboys em greve contra a CLT”, Passa Palavra, 2 jul. 2020).
  47. 47 Ludmila Abílio, “Uberização do trabalho”, cit.
  48. 48 Esta dialéctica del perro loco no es algo nuevo en la periferia del capitalismo. “Ser perro loco es tener una moto sin matrícula y saber escapar de los controles policiales. Es conocer los mejores caminos de la ciudad. Es saber hacer los trámites en un foro, notaría, banco. Es dar la garantía a la(s) empresa(s) de que el servicio se realizará literalmente sin contratiempos. (…) El celo de esta profesión se traduce en un equilibrio permanente en cuánto arriesgar la propia vida, cómo realizar los trámites burocráticos, el conocimiento de la ciudad y enfrentar las tensiones sociales cotidianas que se materializan en el tránsito.” (Ludmila Abilio, “Segurando com as dez”, cit., p. 23-24).
  49. 49 Francisco Miguez e Victor Guimarães, “‘A diferença na forma é um termômetro da luta’ – Entrevista com militantes do canal Treta no Trampo”, Cinética: Cinema e Crítica, 17 set. 2020.
  50. 50 Jacilio Saraiva, “Total de entregadores na Grande São Paulo tem aumento de 20%”, Valor Econômico, 9 jun. 2020.
  51. 51 Escenas de protesta como estas fueron grabadas por Treta no Trampo en “Diário de um motoca na pandemia”, Instagram, 25 abr. 2020 y “Pedidos demorando demais pra sair no BK Demarchi (SBC)”, Instagram, 13 oct. 2020.
  52. 52 Para un ejemplo de este tipo de situaciones registradas en São Gonçalo, Río de Janeiro, véase Invisíveis, “Protesto de entregadores no Supermarket”, Instagram, 11 jun. 2020.
  53. 53 En enero de 2020, el video en el que un policía agrede a un motoboy desataría protestas contra la arbitrariedad en los controles de inspección de motos en el Distrito Federal (“Motoboys fazem protesto em Taguatinga”, Globoplay, 21 ene. 2020); tres meses después, repartidores de Piauí salieron a las calles para exigir más seguridad a la alcaldía de Teresina tras la agresión a un colega durante una entrega (Entregadores Teresina PI, “Cadê os valentões da Rua Goiás agora???”, Instagram, 17 abr. 2020). Comentando una movilización contra un mega operativo de la policía de tránsito contra motoboys en Florianópolis, Leo Vinícius reflexiona sobre el problema de la seguridad en el trabajo de reparto en “Entregadores de apps e o modelo policial de prevenção de acidentes”, Passa Palavra, 25 feb. 2021.
  54. 54 Amigos do Cachorro Louco, “Sob pandemia, motoboys de app paralisam entregas no Acre”, Passa Palavra, 27 mar. 2020.
  55. 55 Iniciada el 9 de junio de 2020, la huelga en los almacenes de Loggi se prolongó por algunos días en varios puntos del estado de Río de Janeiro y Santos (Treta no Trampo, “Greve nos galpões da Loggi no RJ”, Instagram, 9 jun. 2020, y “Greve da Loggi em Santos”, Instagram, 10 jun, 2020. Ver también Invisíveis Rio de Janeiro, “Entre as dificuldades do breque e a experiência dos entregadores”, Passa Palavra, ago. 2020).
  56. 56 Treta no Trampo, “Diário de um Motoca - Protesto dos Entregadores no Masp (5/6/2020)”, YouTube, 20 jun. 2020.
  57. 57 Isadora Guerreiro y Leonardo Cordeiro, “Do passe ao breque: disputas sobre os fluxos no espaço urbano”, Passa Palavra, 6 jul 2020.
  58. 58 Aun sin contar con un apoyo significativo entre los motoboys, la aparición de los “Repartidores Antifascistas”, entre las protestas contra Bolsonaro y el surgimiento del movimiento de repartidores, contribuyó a apalancar la visibilidad de la lucha contra las apps, brindando un interlocutor para la izquierda y para la prensa. Y es un síntoma más del desajuste que constituye Breque dos Apps, entre la proyección del público “progresista” – cuyo apoyo en las redes sociales resultó ser fundamental – y lo que realmente estaba en juego para los motoboys. No por casualidad, ese público sería el blanco de un fuerte fuego de las baterías publicitarias de iFood en los meses siguientes.
  59. 59 Para una revisión en video de los movimientos de los mensajeros durante el primer año de la pandemia en Brasil, ver Treta no Trampo, “Um ponto de vista sobre o #BrequeDosAPPs 2020”, YouTube, 14 mar. 2020.
  60. 60 Treta no Trampo, “Breque dos Apps / App Strike in Brazil (Sub EN/ES/PT/FR), July 2020”, YouTube, 8 jul. 2020.
  61. 61 La idea es desarrollada por Leo Vinicius en “Modo de espera e salário por peça nas entregas por apps”, Passa Palavra, 8 nov. 2020. La imagen de un inmenso stock de trabajadores justo a tiempo, a la espera del próximo trabajo, es una descripción adecuada de las grandes ciudades brasileñas.
  62. 62 La expresión es de Paulo Arantes y sirve como título de su ensayo sobre “el tiempo muerto de la ola punitiva contemporánea” en O novo tempo do mundo, São Paulo, Boitempo, 2014.
  63. 63 Leandro Machado, “A rotina de ameaças e expulsões de entregadores terceirizados do IFood”, BBC Brasil, 24 jul. 2020.
  64. 64 Los datos son de un director de iFood en un artículo en respuesta a las denuncias sobre el régimen de OL (João Sabino, “Cuidar do outro é mandamento do iFood”, Le Monde Diplomatique, 2 ago. 2021), pero no es posible confirmarlo Como parte de los “entregadores nube” acceden a la aplicación esporádicamente, por períodos más cortos o con menos frecuencia, en la práctica, los operadores logísticos pueden ser responsables de una porción mucho mayor de la flota disponible. Los paros contra la expansión de las “plazas” de operación de las empresas de OLs y la caída de los pedidos dirigidos a otros repartidores se han vuelto cada vez más comunes, desde la Región Metropolitana de São Paulo (ver Treta no Trampo, “iFood, libera os nuvens em Arujá!”, Instagram, 12 mayo 2021) hasta Goiânia y Cuiabá (ver Revolucionários dos Apps, “Ontem rolou a maior reunião dos entregadores em Goiânia”, Instagram, 3 feb. 2022 y FML Foguetes do Asfalto, “Cuiabá vai pra cima do iFood, tmj”, Instagram, 16 feb. 2022).
  65. 65 Leandro Machado, “A rotina de ameaças e expulsões de entregadores terceirizados do IFood”, cit.
  66. 66 Entre 2017 y 2019, el número de huelgas de mensajeros reportadas en China se multiplicó por cuatro. En 2020, estallaría una serie de protestas y cierres en el país a medida que la pandemia aceleró la expansión del sector y amplió la desigualdad social, presionando a la baja los salarios y llevando a las autoridades a señalar al sector informal como una solución al creciente desempleo. La información está recogida en un extenso reportaje sobre “los horrores de trabajar como repartidor” elaborado por una de las revistas más famosas del país, Renwu (traducido al inglés en “Delivery workers, trapped in the system”, Chuang, nov. 2020). A principios de 2021, cinco mensajeros de Beijing que mantenían canales de apoyo mutuo y campañas contra las plataformas en las redes sociales fueron detenidos en sus casas por la policía. La persecución a la “Alianza de los Repartidores” fue denunciada por una campaña internacional, que contó con actos de solidaridad de trabajadores de aplicaciones de todo el mundo, incluso frente al consulado chino en São Paulo (Treta no Trampo, “Liberdade para Mengzhu - motoca preso na china”, Instagram, 29 abr. 2021). Víctima de una proceso oscuro, el repartidor Chen Guojiang finalmente fue liberado en enero de 2022. Para obtener más información, consulte https://deliveryworkers.github.io/.
  67. 67 Leo Vinícius. “Os OL como resposta à luta dos entregadores de aplicativos”. Passa Palavra, 23 jun. 2020.
  68. 68 Como apunta Antonio Prata en la crónica “#minhaarmaminhasregras”, Folha de S. Paulo, 10 nov. 2019, retomado por Gabriel Feltran, “Formas elementares da vida política: sobre o movimento totalitário no Brasil (2013-)”, Blog Novos Estudos CEBRAP, y por Paulo Arantes y Miguel Lago, “A revolução que estamos vivendo”, Congresso Virtual UFBA 2021, 26 feb. 2021.
  69. 69 Isadora Guerreiro y Leonardo Cordeiro, “Do passe ao breque: disputas sobre os fluxos do espaço urbano”, Passa Palavra, 6 jul. 2020.
  70. 70 Marcio Pochmann, “O movimento sindical e a precarização do trabalho no Brasil”, YouTube, 12 abr. 2021. Ver também, do mesmo autor, “A guerra no mundo do trabalho”, Terapia Política, 11 abr. 2021.
  71. 71 Ver, por ejemplo, Brasil Econômico, “Empresa que contrata entregadores para o iFood ameaça quem aderir à greve”, iG, 1 jul. 2020; Victor Silva, “Operadoras da iFood ameaçam greve de entregadores”, Passa Palavra, 17 sep. 2021. Para una recopilación de denuncias sobre este régimen de trabajo en iFood, ver videos recopilados en Ralf MT, “(Série) iFood, a casa caiu, fim da função OL, das fraudes e das barbáries…”, YouTube.
  72. 72 Leo Vinícius, “A inovadora parceria do iFood e as milícias”, Le Monde Diplomatique, 23 jul. 2021.
  73. 73 “A partir del control privatizado y monopolizado del territorio, donde se produce la reproducción de la vida”, señala Isadora Guerreiro, “el Estado puede actuar en la regulación de una economía informal o que huye de las relaciones laborales” interviniendo en el “precio de la fuerza de trabajo (…) en su aspecto urbano” (“Elementos urbanos de um ‘governo miliciano’”, Passa Palavra, 8 jun. 2020).
  74. 74 Amazônia Real, “População de Macapá se revolta com apagão”, YouTube, 8 nov. 2020. Para un registro de las movilizaciones durante el apagón, véase Transe, “SOS Amapá - O apagão e as lutas”, YouTube, 19 nov. 2020.
  75. 75 “Decreto Nº 3915 de 17/11/2020”, Diário Oficial do Estado do Amapá, 17 nov. 2020.
  76. 76 La catástrofe que asoló Amapá puede anticipar, en menor medida, el escenario de colapso energético que se avecina – véase la falsa alarma de nuevos apagones en cinco estados brasileños en el segundo semestre de 2021, debido a la sequía (Alexa Salomão, “Governo emite alerta de emergência hídrica em 5 estados e vai criar comitê para acompanhar setor elétrico”, Folha de S. Paulo, 27 mayo 2021). En un escenario de emergencia climática, del cual la crisis hídrica es solo uno de los componentes, no es de extrañar que los costos y riesgos sean asumidos por la población -por eso convergen tanto la enfermedad ambiental como los remedios prescritos por gobiernos y organismos internacionales, como “Impuesto al carbono: un impuesto adicional específico para productos (…) contaminantes, (…) altamente regresivos” (Antonio Celso, “Dirigindo pelo retrovisor”, Passa Palavra, 15 ago. 2021). Vale recordar que la creación de un recargo en esta línea fue el detonante del movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia en 2019.
  77. 77 Agência France Press, “A busca desesperada por oxigênio em Manaus para salvar pacientes em casa”, Estado de Minas, 18 ene. 2021.
  78. 78 Ludmila C. Abílio, “Breque no despotismo algorítmico: uberização, trabalho sob demanda e insubordinação”, Blog da Boitempo, 30 jul. 2020.
  79. 79 Sobre la fuerza política del no gobierno como forma de gobernar, especie de “gobierno de suspensión” inaugurado por Bolsonaro en su “empresa revolucionaria”, véase Miguel Lago, “‘Batalhadores do Brasil…’”, Piauí, mayo 2021.
  80. 80 Tom Slee, Uberização: a nova onda do trabalho precarizado, São Paulo, Elefante, 2017.
  81. 81 Raquel Azevedo, “Qual a origem de uma renda sem contrapartida?”, Passa Palavra, 14 sep. 2020 y Nelson Barbosa, “Renda básica universal”, Folha de S. Paulo, 27 ago, 2022.
  82. 82 Tiene sentido que, durante el apagón en Amapá en noviembre, el pago del ingreso básico – reducido en ese momento a 300 reales – fuera extraordinariamente mantenido en 600 reales por decisión del Supremo Tribunal Federal. Ver José Antonio Abrahão Castillero, “Amapá: protestos garantem auxílio emergencial de 600 reais”, A Comuna, 15 nov. 2020.
  83. 83 Organizados en “redes de vecinos en edificios, movimientos de favelas, redes de solidaridad entre ocupaciones urbanas”, etc. (Victor Hugo Viegas Silva, “Quem fez e faz a quarentena no Brasil? Os trabalhadores!”, Crônicas do Titanic, 21 ago. 2020).
  84. 84 El término es, nuevamente, de Ludmila Abílio (“Uberização: Do empreendedorismo para o autogerenciamento subordinado”, Psicoperspectivas, v. 18, n. 3, nov. 2019).
  85. 85 Véase Alfredo Lima, “Barreira sanitária é vida, flexibilização é morte!”, Passa Palavra, 21 jun. 2020 y Renato Santana y Tiago Miotto, “Povos indígenas reforçam barreiras sanitárias e cobram poder público enquanto covid-19 avança para aldeias”, Conselho Missionário Indigenista, 29 mayo 2020,
  86. 86 Incluso antes de que el coronavirus aterrizara en Brasil, la imagen de una “cuarentena de bricolaje” ya se estaba utilizando para analizar cómo las “malas conexiones entre todos los niveles de gobierno” resultaron en esfuerzos contradictorios para enfrentar el brote inicial. del virus en China, desde la “represión de los médicos ‘denunciantes’ por parte de las autoridades locales” hasta las medidas sanitarias aplicadas de forma aparentemente aleatoria por cada localidad, fuera del control del poder central (en español: Chuang, Contagio Social, Rosário, Lazo Negro Ediciones, 2020). La falta de confianza “en que el Estado fuera capaz de contener el virus de manera efectiva” resultó en una “movilización masiva en respuesta a la pandemia, con grupos de voluntarios brindando todo tipo de servicios, tanto para contener el contagio como para ayudar a las personas a sobrevivir”, “así como bloqueos de carreteras hechos por residentes a la entrada de pueblos del interior del continente (ver entrevista con Chuang por Aminda Smith y Fabio Lanza, “The State of the Plague”, Brooklyn Rail, sep. 2021).
  87. 87 Véase Paulo Arantes, “Sale boulot”, en O novo tempo do mundo, cit. Dentro de los contornos mal definidos de la “zona gris” de la gestión privada del sufrimiento, está también el infectólogo que ratifica – al servicio de la “consultoría” firmada en grandes contratos con tal o cual hospital de renombre – el cínico “hackeo” de escuelas privadas que, aún en el punto álgido de la pandemia, “encontraron la manera” de llenar de alumnos sus aulas mal ventiladas; está el docente, resignado al regreso presencial y obligado a hacer la vista gorda ante el inevitable incumplimiento de los protocolos sanitarios entre los alumnos para garantizar, precariamente, el seguimiento de clases; está el conductor de la camioneta escolar por cuenta propia que, sin hijos que llevar y sin dinero, encontró una fuente temporal de ingresos en el transporte de muertos en medio del alto número de muertes en la capital paulista. Esto es solo para mencionar algunos ejemplos escolares. (Ver Roberto Acê Machado, “Esse ano não tem bandeirinha”, Le Monde Diplomatique Brasil, 10 feb. 2021; Aline Mazzo, “Vans escolares vão transportar mortos por Covid até cemitérios de SP”, Folha de S. Paulo, 29 mar. 2021 y, también, Carolina Catini, “O brutalismo vai à escola”, Blog da Boitempo, 13 sep. 2020)
  88. 88 El papel del “arreglárselas” en la reproducción de este colapso sin fin es evidente para el presidente de un instituto de investigación, estudioso de la llamada “nueva clase media brasileña”, según el cual, “la favela que impidió que Brasil se derrumbara en la pandemia. ‘La persona que recoge la basura, el auxiliar de enfermería, el recolector y el conductor del autobús son habitantes de la favela. Las clases A y B solo pudieron entrar en cuarentena porque los residentes de las favelas siguen trabajando’” (Henrique Santiago, “Favela S/A”, UOL, 13 dec. 2020).
  89. 89 Victor Hugo Viegas Silva, “O Auxílio Emergencial não acabou em janeiro. Foi acabando aos poucos - e sem chance de defesa”, Crônicas do Titanic, 28 ene. 2021.
  90. 90 Para una observación sobre el papel de las nuevas tecnologías, desde Airbnb hasta la banca por Internet, en el "arreglárselas" playero durante este “período de sobrevaloración temporal de la tierra”, véase Três trabalhadores de férias, “Uma tarde na praia”, Passa Palavra, 28 ene. 2019.
  91. 91 Victor Hugo Viegas Silva,, “A revolta de Búzios contra o lockdown e a conexão evangélica x #AglomeraBrasil (2)”, Crônicas do Titanic, 4 ene. 2021.
  92. 92 “Decreto N.°43.234, de 23 de dezembro de 2020”, Diário Oficial do Estado do Amazonas, 23 dec. 2020.
  93. 93 Victor Hugo Viegas Silva, “A revolta popular de Manaus e os dilemas do lockdown (3)”, Crônicas do Titanic, 6 ene. 2021.
  94. 94 Serafim Oliveira, “Movimento Todos pelo Amazonas e a Covid-19 - O risco da suspensão das atividades causar perdas econômicas e a ascensão dos movimentos populares”, O Conservador, 4 ene. 2021.
  95. 95 Según una encuesta de la Asociación Brasileña de Médicos, el 34,7 % de los médicos aún creía en alguna eficacia de la cloroquina en junio de 2021, y el 41,4 % confiaba en el uso de la ivermectina para el tratamiento o la prevención de la covid-19. (Paula Felix, “Pesquisa diz que 1/3 dos médicos ainda acredita na cloroquina, comprovadamente ineficaz contra covid”, O Estado de S. Paulo, 2 feb. 2021).
  96. 96 Victor Hugo Viegas Silva, “‘A culpa não é nossa’ e ‘precisamos fazer alguma coisa agora’: Entre a luta do lockdown e o tratamento precoce há um fio tênue”, Crônicas do Titanic, 12 abr. 2021.
  97. 97 Victor Silva, “O que dizem no WhatsApp médicos a favor da cloroquina”, Folha de S. Paulo, 19 jun. 2021.
  98. 98 “Automedicação é um hábito comum a 77% dos brasileiros”, G1, 13 mayo 2019.
  99. 99 Na pandemia, os ônibus são, mais do que nunca, veículos da morte: em São Paulo, quem morre mais é “quem saiu para trabalhar e realizou percursos longos de transporte coletivo” como mostram Raquel Rolnik e outros, “Circulação para trabalho explica concentração de casos de Covid-19”, LabCidade, 30 jun. 2020.
  100. 100 Ver, en español, Christophe Dejours, La banalización de la injusticia social, Buenos Aires, Topía, 2006.
  101. 101 El discurso “negacionista” y sus panaceas sintonizan con un mundo en el que “la desigualdad hace de la cuarentena un lujo insostenible para los más pobres”, como observó Rodrigo Nunes. “Si en otros tiempos el sacrificio se presentaba como una forma de mejorar la vida, ahora es un fin en sí mismo. (…) hay un sentido en el que se puede decir que las fantasías de la extrema derecha ofrecen, aunque sea irracionalmente, una respuesta razonable a la locura que estamos construyendo. Reducir el poder de estas fantasías para hablarle a la gente al mero efecto de las noticias falsas es un intento de negar este hecho fundamental”. (“O presente de uma ilusão: estamos em negação sobre o negacionismo?”, Piauí, mar. 2021)
  102. 102 Paulo Arantes, “Sale boulot”, cit., p. 109. En el segundo semestre de 2021, trabajadores de Prevent Senior denunciaron públicamente una serie de prácticas irregulares que se vieron obligados a adoptar en el tratamiento de pacientes con covid-19. La empresa ocupa un nicho de mercado formado por adultos mayores que no pueden pagar los montos desorbitados de los planes de salud para su grupo de edad, pero reservan sus recursos lo mejor que pueden para garantizar la asistencia médica privada. Con tarifas reducidas y un público objetivo que demanda con mayor frecuencia los servicios hospitalarios, la empresa siempre ha recurrido a “astucias” capaces de evitar o postergar procedimientos costosos para mantener la rentabilidad. Durante la pandemia, que golpeó con más fuerza a las personas mayores, estas prácticas tomarían contornos aún más macabros. Otros operadores, como HapVida y algunas unidades de UniMed, también fueron denunciados. Además de los reportajes de la época, ver el podcast “Prevent Senior não deveria ter sido aberta, diz especialista”, com entrevista a Ligia Bahia por Maurício Meireles e Magê Flores, Café da manhã, Folha de São Paulo, 11 oct. 2021.
  103. 103 Arthur Rodrigues, “Direção da Prevent cobrava 'altas celestiais' para liberar leitos a pacientes VIP, diz advogada em CPI”, Folha de S. Paulo, 21 oct. 2021,
  104. 104 “El ‘mal’ estaría representado hoy como un sistema de gestión, como un principio organizativo: de las empresas, de los gobiernos, de todas las instituciones y actividades, en fin, que, organizadas según este mismo principio, se han convertido en centros de difusión de una nuevas violencias e incubadoras de sus agentes, los llamados colaboradores de nuestro tiempo”. (Paulo Arantes, “Sale Boulot”, cit. p. 102).
  105. 105 Exército Brasileiro, “Mensagem do Comandante do Exército - COVID-19”, YouTube, 24 mar. 2020.
  106. 106 Lisandra Paraguassu, “Em ofício, Exército defendeu sobrepreço de 167% em insumos da cloroquina por necessidade de ‘produzir esperança’”, Reuters, 22 dec. 2020.
  107. 107 Alessandro Visacro, Guerra Irregular, São Paulo, Contexto, 2009. Con su experiencia de campo en Haití y las favelas brasileñas, el oficial actualizó su reflexión en A guerra na Era da Informação, São Paulo, Contexto, 2019.
  108. 108 Antes de volver a ser noticia con la escalada del conflicto en Ucrania, la expresión “guerra híbrida” se difundió en medio de la ola de protestas en los países árabes, a partir de 2011, y pasó a ser ampliamente utilizada por gobiernos y analistas para reducir los cada vez más frecuentes levantamientos en todo el planeta a oscuros complots geopolíticos (ver Jonas Medeiros, “’Guerras Híbridas’, um panfleto pró-Putin e demofóbico”, Passa Palavra, 28 ene. 2020). Si el discurso sobre una “guerra híbrida” conducido por agencias del imperialismo yanqui ha apoyado la fantasía oficial de izquierda sobre el proceso político brasileño posterior a 2013, el antropólogo Piero Leirner ha observado cómo la misma noción corre con un signo invertido dentro de las Fuerzas Armadas, preocupadas con un supuesto proyecto oculto de hegemonía cultural llevado a cabo por la izquierda “gramscista” desde la década de 1980 en el país. El investigador sostiene que en los últimos años el propio Ejército Brasileño comenzó a guiarse por los principios del conflicto híbrido para dirigir una campaña interna, en la que las elecciones de 2018 representarían un episodio clave (O Brasil no espectro de uma guerra híbrida, São Paulo, Alameda, 2019).
  109. 109 Los policías brasileños asesinaron a 6.416 personas en 2020. Entre las víctimas, el 78,9% eran negros. El año 2021 comenzó con la segunda mayor masacre en la historia de Río de Janeiro, perpetrada por la policía civil en la favela de Jacarezinho. Ver Fórum Brasileiro de Segurança Pública, 15º Anuário Brasileiro de Segurança Pública, 2021.
  110. 110 Como describe el mismo presidente de un instituto de investigación el “ímpetu empresarial” de la favela (Henrique Santiago, “Favela S/A”, cit.).
  111. 111 Leonardo Vieceli, “Pandemia empurra 4,3 milhões para renda muito baixa nas metrópoles brasileiras”, Folha de S. Paulo, 6 jul. 2021.
  112. 112 Wellton Máximo, “Beneficiários do Auxílio Brasil terão acesso a crédito especial”, Agência Brasil EBC, 12 ago. 2021.
  113. 113 “No sirve de nada decirle al favelado que separe lo que es [dinero] de de caja y el que es de la casa. Si vas a ahorrar dinero para montar un negocio, nunca lo vas a ahorrar”, explica Celso Athayde, director general de Favela Holding (Henrique Santiago, “Favela S/A”, cit.).
  114. 114 Entre mayo y noviembre de 2020, el promedio de personas trabajando de forma remota o apartadas del trabajo debido al distanciamiento social correspondió al 17,6% de la población ocupada en Brasil (alrededor de 14,5 millones de personas). Los trabajadores que pudieron realizar sus actividades laborales a distancia “estuvieron compuestos en su mayoría por personas con estudios superiores completos. En menor medida, pero aún responsables de la mayoría de las personas en home office, están el género femenino, el color/raza blanca, el grupo de edad de 30 a 39 años y la relación laboral con el sector privado”. Además, “tanto para el sector privado como para el público, se observa una fuerte participación de los profesionales de la enseñanza” (Geraldo Sandoval Goés y otros, “Trabalho remoto no Brasil em 2020 sob a pandemia do Covid-19: quem, quantos e onde estão?”, Carta de Conjuntura, n. 52, IPEA, 2021).
  115. 115 La implementación de emergencia del aprendizaje a distancia se topó con serios obstáculos materiales y sociales, como la falta de estructura y equipamiento en los hogares de los estudiantes “Ensino remoto na pandemia: os alunos ainda sem internet ou celular após um ano de aulas à distância”, BBC Brasil, 3 mai. 2020). Al mismo tiempo, aceleró un proceso de reestructuración del trabajo docente que ya estaba en marcha, agudizando las tensiones, como recogen los testimonios de docentes de las redes privadas y públicas recogidos por el boletín A Voz Rouca durante los primeros meses de la pandemia (“Diários de Quarentena”, Passa Palavra, 25 mayo 2020 y Professores Autoconvocados, “Pequeno manual de resistência no EaD”, Passa Palavra, 28 abr. 2020, sobre la reestructuración productiva en la educación básica y superior, ver, por ejemplo, “O trabalho de educar numa sociedade sem futuro”, Blog da Boitempo, 6 jun. 2020). Del otro lado de la videollamada, los estudiantes que lograron conectarse también estaban poniendo a prueba su margen de acción en un entorno transformado, creando “nuevas formas de sabotaje escolar en EAD” (para una recopilación de algunas de estas tácticas por “unos mal educados”, ver el Boletim do GMARX-USP, n. 22, 14 mayo 2020). También fue a través de herramientas en línea que los docentes de las escuelas públicas organizaron huelgas, ya en 2021, para boicotear el regreso a las aulas antes de la vacunación. Durante la segunda ola, caravanas de maestros en huelga y protestas de motoboys se juntaron en São Paulo – a pesar del abismo de las realidades y del lenguaje, pancartas de ambos lados convergieron en la demanda de la vacuna (João de Mari, “Professores e entregadores de app se unem em greve contra retorno presencial e pedem vacina contra a Covid”, Yahoo! Notícias, 16 abr. 2021,
  116. 116 En agosto de 2021, streamers y espectadores de la plataforma Twitch, adquirida en 2014 por Amazon y ampliamente utilizada para la transmisión en vivo de juegos y campeonatos, se unieron para un día de “apagón” del servicio, contra una reducción del 66 % en el valor de los subs (es decir, el pago) de los canales brasileños. Al igual que en los movimientos de entrega de aplicaciones, los reclamos de estos productores de contenido uberizados eludieron la gramática laboral de izquierda, criticando los proyectos regulatorios y la carga fiscal (ver Alexandre Orrico e Victor Silva, “Por dentro da greve de streamers da Twitch no Brasil”, Núcleo, 23 ago. 2021).
  117. 117 Vladmir Safatle, “Não falar”, El País, 10 ago. 2020.
  118. 118 Isadora Guerreiro, “Lockdown: o problema e o falso problema”, Passa Palavra, 15 mar. 2021.
  119. 119 Comité Invisible, A nuestros amigos, La Rioja, Pepitas de Calabaza Editorial, 2015.
  120. 120 El documental Bloqueio (dirigido por Victória Álvares y Quentin Delaroche, 2018) retrata el ambiente de aquellos días de interrupción de los flujos, que tal vez presagiaban algo de lo que estaba por venir. Véase también el artículo escrito al calor del momento por Gabriel Silva, “A greve dos caminhoneiros e a constante pasmaceira da extrema esquerda”, Passa Palavra, 28 mayo 2018.
  121. 121 Raquel Lopes, “Greve dos caminhoneiros tem baixa adesão e poucos problemas nas rodovias até o início da tarde”, Folha de S. Paulo, 1 feb. 2021. Uno de los instrumentos utilizados para desmantelar la movilización en las vías, la infracción por “utilizar el vehículo para interrumpir, restringir o perturbar la circulación en la vía”, sancionada con multa exorbitante y suspensión de la licencia de conducir, fue creada por la gobierno de la presidenta Dilma Rousseff para luchar contra las protestas, a favor del impeachment, de los camioneros en 2015 y también se utiliza a menudo para reprimir el movimiento de repartidores.
  122. 122 Blanco de críticas y boicots de choferes a lo largo del año, las modalidades Uber Promo y 99 Poupa se extinguieron a fines de 2021. Para un relato de la ola de protestas en torno al combustible en el primer semestre, ver Comrades in Brazil, “Petrol in the Pandemic: short report of motorised workers’ protests in Brazil”, Angry Workers of the World, 29 mayo 2021,
  123. 123 Ver Akemí Duarte, “Combustível caro faz motoristas abandonarem apps de corrida”, R7, 14 jul. 2021, “30% dos motoristas por aplicativos abandonam a função em Campinas e região”, Digital, 18 mar. 2021 y Jael Lucena, “Motoristas de aplicativo devolvem carros às locadoras após decreto no AM”, D24am, 22 ene. 2022.
  124. 124 Wang Qianni e Ge Shifan, “How One Obscure Word Captures Urban China’s Unhappiness”, Sixth Tone: Fresh voices from today’s China, 4 nov. 2020.
  125. 125 “De manera (…) prosaica, la ‘involución’ agrícola o urbana puede describirse como el aumento incesante de la autoexplotación del trabajo (manteniendo fijos otros factores), que continúa a pesar de la reducción de los ingresos, mientras produce algún retorno o incremento” , escribe Mike Davis, retomando el concepto del antropólogo Clifford Geertz, en su estudio sobre “la involución urbana y el proletariado informal” (Mike Davis, Planeta de ciudades miseria, Madrid, Ediciones Akal, 2014). “Estas sociedades necesitan correr cada vez más rápido, solo para permanecer en el mismo lugar y no resbalar” (“China: Neijuan 内卷”, Wildcat, n. 107, 1 abr. 2021).
  126. 126 “‘Neijuan’ ahora se ha convertido en el término que usan los chinos metropolitanos para describir los males de su vida moderna, su sentido de mantenerse a flote frenéticamente en una sociedad hipercompetitiva. Competencia intensa con pocas posibilidades de éxito, ya sea en los exámenes de la escuela secundaria, en el mercado laboral (¡o en el matrimonio!), o cuando trabaja horas extras. Todos tienen miedo de perder el último autobús y, sin embargo, saben que ya se fue”. (“China: Neijuan 内卷”, Wildcat, cit., énfasis añadido).
  127. 127 Al igual que con los episodios informados en la secuela, el extracto es de “Bombing the Headquarters”, Chuang, mayo 2021.
  128. 128 “Cadeirante ameaça explodir agência do INSS com bomba falsa em SP”, UOL, 16 mar. 2021.
  129. 129 Carolina Fernandes, “Homem demitido invade casa de ex-chefe e faz família refém no Sul de SC, diz polícia”, G1, 5 jul. 2021.
  130. 130 “Em Parnamirim (RN), homem joga carro contra UPA após ter atendimento negado”, Diário de Pernambuco, 22 mar. 2021.
  131. 131 João Pedro Pitombo, “Morre policial baleado após dar tiros para o alto e contra colegas no Farol da Barra, em Salvador”, Folha de S. Paulo, 28 mar. 2021.
  132. 132 Gil Santos, “Grupo faz protesto no Farol da Barra após morte de PM”, Correio, 30 mar. 2021.
  133. 133 Ver Felipe Catalani, “A decisão fascista e o mito da regressão: o Brasil à luz do mundo e vice-versa”, Blog da Boitempo, 23 jul. 2019.
  134. 134 “Fue un tiro final, vamos a ver qué pasa”, explicó un residente del extremo sur de São Paulo al día siguiente de la elección de Bolsonaro en octubre de 2018. Seis meses después, otro residente dijo a los mismos entrevistadores: “Yo veo el país como un pozo negro, un agujero. Cada presidente entraba, había un hueco, tapado con cemento. Pasaron cuatro años y ‘oye, el agujero está ahí: quieres resolver el problema, resolverlo o taparlo también’. Entonces vino nuestro presidente, tapado, peleó para poder aprobar a Dilma en el poder, para tapar el pozo negro. Cuando Dilma se fue, entró Temer, intentó tapar el pozo, pero jodiendo a Dilma. Cuando se fue Temer, llegó Bolsonaro, ¿y saben lo que hizo? Rompió la tapa del pozo. ¿Y está equivocado? El tiene razón. Este hoyo viene antes de Fernando Henrique, es un hoyo muy grande. Así que hombre, acaba de perforar el pozo. No más mierda en el pozo negro, todo ha volado. Yo pienso así.” (Carolina Catini y Renan Santos, “Depois do fim”, Passa Palavra, 1 nov. 2018 y “Apesar do fim”, Passa Palavra, 10 jun. 2019).
  135. 135 Esta es la fórmula sintética utilizada por João Bernardo para definir el fundamento del fascismo (Labirintos do Fascismo, 3ª versión, revisada y ampliada, 2018).
  136. 136 Leo Vinícius, “Que horas Lula volta?”, Passa Palavra, 30 sep. 2015.
  137. 137 Fabrício Bloisi (presidente do iFood), “Novas regras para novas relações de trabalho”, Folha de S. Paulo, 21 jul. 2021.
  138. 138 No se trata, por lo tanto, de revocar la reforma laboral, sino de emprender algo que un organizador de campaña llamó sugestivamente “posreforma”, que se resolverá, por supuesto, mediante la “negociación entre representantes de los trabajadores y de los empleadores” (Fábio Zanini, “Regras fiscais precisam ser revistas, diz coordenador econômico de plano do PT”, Folha de S. Paulo, 11 jul. 2021; C. Seabra y C. Linhares, “Petistas procuram Alckmin para desfazer ruído com fala de Lula sobre lei trabalhista”, Folha de S. Paulo, 10 ene. 2022).
  139. 139 “Lula hoy apuntó a una renacionalización de lo que se está privatizando de Petrobras y a precios de los combustibles sin paridad internacional. En este momento, muchos camioneros y conductores de aplicaciones están literalmente parando el trabajo porque la actividad se ha vuelto inviable con el precio del combustible. (…) Un nuevo gobierno de Lula será aquel en el que el horizonte de expectativa no debe ser mayor que la posibilidad de ganarse la vida manejando apps”. (Leo Vinícius, 10 mar. 2021).
  140. 140 “iFood terá 50% de mulheres na liderança e 40% de colaboradores negros até 2023”, iFood News, mayo 2021 y Pablo Polese, “A política identitária do Ifood”, Passa Palavra, nov. 2021.
  141. 141 No deja de ser revelador que uno de los principales interlocutores de iFood con los repartidores muestra en su currículum el paso por programas en los que la “inclusión social” a través de la “educación artística” forma parte de un esfuerzo por “‘pacificar’ a los jóvenes y a los de los territorios más precarizados”, como las Fábricas de Cultura de São Paulo (ver Dany y otros, “Rebelião do público-alvo? Lutas na fábrica de cultura”, Passa Palavra, 18 jul. 2016).
  142. 142 Gabriela Moncau, “iFood assina compromisso com entregadores escolhidos pela própria empresa e não aumenta repasse”, Brasil de Fato, 16 dec. 2021.
  143. 143 Luis Felipe Miguel, “Favorito em 2022, Lula pode normalizar desmonte do país se ceder demais”, Folha de S. Paulo, 14 ago. 2021. Al asumir el gobierno federal a principios de la década de 2000, el PT desempeñó un papel análogo, completando y profundizando, con la ayuda de su capilaridad social, el “estado de emergencia económica” implementado en las administraciones de sus antecesores y criticado por el partido cuando estaba en la oposición (ver, por ejemplo, Leda Paulani, Brasil delivery, São Paulo, Boitempo, 2008).
  144. 144 Durante la primera mitad de 2021, fuimos testigos de una profusión de luchas corporativas por la prioridad en el orden de vacunación. Ahora, solo las “categorías” claramente identificables, donde el trabajo en la “línea del frente” conserva alguna forma, pueden reclamar un lugar especial en la fila. Naturalmente, la prioridad se limitó a los trabajadores con concurso público, con contrato laboral formal o egresados: docentes, policías, trabajadores del metro, choferes de autobús, biólogos, etc. Para muchos de ellos, el logro se revirtió inmediatamente después de su pronto regreso al trabajo presencial, por regla general, antes de la inmunización completa. En palabras de un trabajador del metro, “la vacuna se ha convertido en el nuevo ‘tratamiento precoz’. Repartiendo vacuna o repartiendo cloroquina, les da igual. Lo que importa es seguir trabajando, da igual que mueran mil o cuatro mil al día. En manos de los capitalistas, la vacuna es un arma más para forzar el regreso al trabajo”. (Um funcionário do Metrô de São Paulo, “Prioridade para os trabalhadores do transporte?”, Passa Palavra, 14 abr. 2021).
  145. 145 “En realidad, el marchitamiento resultó ser un elemento importante, un encanto” (Eduardo Moura, “'Piroca verde e amarela' do 7 de Setembro é gigante pela própria natureza, diz autor”, Folha de S. Paulo, 15 sep. 2021).
  146. 146 Entre las razones de tal diferencia entre los intentos frustrados de los camioneros por cuenta propia contra el aumento del combustible y la movilización en apoyo a Bolsonaro, está la sospecha de apoyo de las empresas del agronegocio y el transporte, planteadas por entidades contrarias a los bloqueos iniciados el 7 de diciembre de septiembre. El audio del mandatario que circulaba por grupos de Whatsapp de la categoría a la mañana siguiente se alejaba de la retórica explosiva de los días previos y pedía despejar los caminos para “seguir la normalidad”. Mientras que algunos de los líderes de las protestas, para los que llegaron tarde a retirarse, se quedaron solos, Bolsonaro fue acusado de traición en las redes sociales, donde algunos hablaron de un “game over” (“O que se sabe sobre paralisação de caminhoneiros que atingiu 15 Estados”, BBC, 8 sep. 2021 y “'Game over': a decepção e revolta de bolsonaristas com recuo de Bolsonaro”, BBC, 9 sep. 2021).
  147. 147 La expresión es de Bolsonaro, recuperada en el artículo de Gabriel Feltran, del que también surge la siguiente cita (“Formas elementales de la vida política”, cit.).
  148. 148 Como ha señalado un observador astuto, “la vista de invasores asaltando furiosamente el Senado y exigiendo que Mike Pence se revele; de un hombre vestido de proletario con los pies sobre la mesa en la oficina de la (…) multimillonaria Nancy Pelosi; y la diversión perversa con que la mayoría de ellos parecían estar disfrutando, brindan poderosas imágenes políticas (…), por efímeras que sean”. “En un país donde la mayoría de los ciudadanos no votan”, donde “la violencia desenfrenada, la adicción, las rutinas de tiroteos masivos y las epidemias de suicidio dan fe de una profunda desesperanza de que se pueda hacer algo para mejorar la vida cotidiana”, ellas “reafirman en la mente de millones de personas la idea de que la gente común puede tomar medidas drásticas” (Jarrod Shanahan, “The Big Takeover”, Hardcrackers, 7 ene. 2021).
  149. 149 Los bloqueos que detuvieron a Brasil hace tres años a menudo se mencionan como una referencia por parte de los entregadores: algunos incluso llevaron alimentos a los huelguistas de 2018 y sueñan con un sindicato que interrumpiría los flujos en las ciudades y carreteras del país. Sobre la huelga del 11 de septiembre de 2021, véase Treta no Trampo, “Almoço brecado”, Instagram, 11 sep. 2021 y “Teve jantar brecado em SP”, Instagram, 11 sep. 2021.
  150. 150 Treta no Trampo, “Entregadores de aplicativo bloqueiam Zé Delivery Jabaquara”, Instagram, 9 sep. 2021.
  151. 151 Amigos do Cachorro Louco, “Entregadores de app de São José dos Campos completam 6 dias em greve”, Passa Palavra, 16 sep. 2021 y Ingrid Fernandes y Victor Silva, “Como uma greve de entregadores no interior de SP enquadrou o iFood”, Ponte Jornalismo, 20 sep. 2021.
  152. 152 Treta no Trampo, “Manual de como brecar um shopping”, Instagram, 29 ago. 2021.
  153. 153 Ver Amigos do Cachorro Louco, “Greves de entregadores no interior de São Paulo já completam 7 dias”, Passa Palavra, 14 oct. 2021 y Gabriela Moncau, “Greves de entregadores contra apps de delivery se espalham e já duram dias”, Brasil de Fato, 11 oct. 2021.
  154. 154 Durante la movilización en São José dos Campos, además de “desconectarse de algunos restaurantes sin previo aviso” y presionar a los establecimientos para que reanuden las entregas, iFood amenazó con utilizar supuestas “grabaciones de repartidores quejándose del paro” e hizo llegar a oídos de los huelguistas “que la policía podría empezar a aparecer en los piquetes” (Renato Assad, “Entregadores de São José dos Campos recuperam métodos históricos de luta e emparedam Ifood”, Esquerda Web, 24 sep. 2021).
  155. 155 “Cuando miramos a los territorios populares, los líderes locales se vuelven intermediarios en una gran cantidad de relaciones, regulando todo, desde lo comercial, doméstico, comunitario, político, etc. y siendo, principalmente, centralizadores de demandas y articuladores de la comunidad con agentes externos.” Como señala Isadora Guerreiro, tales intermediarios son necesariamente figuras ambiguas: mientras “son parte de la comunidad, confían en su existencia y en sus redes, necesitando mantenerlas y alentarlas”, sus intereses económicos “ponen límites claros a esta asociación”. “No es de extrañar que, en las cuentas de Breque de São José dos Campos, los comerciantes aparezcan primero como simpatizantes y luego como detonantes de probable violencia si no hay negociación”. (Isadora Guerreiro, “Lições do Breque entre a cidade e o trabalho”, Passa Palavra, 27 sep. 2021).
  156. 156 Dos empleados del Metro, “Metrô SP: Terceirizados da bilheteria denunciam descontos abusivos”, Passa Palavra, 3 mar. 2019.
  157. 157 “Bilheteiros do Metrô param os atendimentos contra descontos abusivos do salário”, Passa Palavra, 7 mar. 2019. Chama atenção que, no início da mobilização, um grupo de bilheteiros tenha recorrido ao sindicato que os representa legalmente frente a empresa e recebido a resposta de que “a greve só é benéfica aos funcionários públicos”, pois para os terceirizados a greve “não é legalmente aceita, e sim a paralisação”.
  158. 158 Dos años y una pandemia después, en una estrategia acelerada por la pérdida de ingresos durante el período de aislamiento social, el gobierno de São Paulo anunció la rescisión del contrato con los prestadores de servicios y el cierre de todas las boleterías del metro, transfiriendo el trabajo de los funcionarios a los usuarios mediante de una aplicación y máquinas de autoservicio (Fernando Nakagawa, “Metrô de SP triplica prejuízo em 2020 e quer fechar bilheterias para economizar”, CNN, 1 abr. 2021).
  159. 159 La expansión del servicio de entrega a través de apps ha producido, en todo el mundo, la proliferación de cocinas y tiendas “fantasma”, establecimientos sin atención presencial al cliente, que en ocasiones agrupan varios establecimientos virtuales, reduciendo costos con personal, mobiliario , inventario y alquiler (Nabil Bonduki, “Dark kitchens, que vieram para ficar, são boas para as cidades?”, Folha de S. Paulo, 16 feb. 2022). Nuevo frente de inversiones inmobiliarias, se convierten también en puntos de encuentro de los repartidores, donde a menudo estallan conflictos (ver, por exemplo, Treta no Trampo, “A greve na loja da Vila Madalena entra no 2º dia”, Twitter, 6 nov. 2021).
  160. 160 Francesc y El Quico, “Notas em defesa da centralidade do conflito”, Passa Palavra, 2 mar. 2021.
  161. 161 La expresión es utilizada por Rodrigo Nunes para arrojar luz sobre la dimensión financiera de la militancia bolsonarista, un verdadero “fenómeno cuentapropista”, que puede ayudar a comprender una dinámica presente en otras movilizaciones. “Ya sea a través de la creación de movimientos capaces de captar recursos de nebuloso destino, ya sea a través de la conquista (o reconquista) de espacios en los medios tradicionales, ya sea a través de la monetización de canales de YouTube y perfiles de Instagram, constituirían un circuito en el que la acumulación de capital político sería fácilmente convertible en acumulación de capital económico, y viceversa. Esta convertibilidad es, además, tanto el medio por el cual se construye la trayectoria de un empresario político como un fin. Al consolidarse como influencer, el individuo puede postularse a un cargo público, ya sea por elección o designación; Los cargos públicos, a su vez, aportan notoriedad y una audiencia leal, proporcionando retroalimentación sobre el desempeño de las redes sociales. Incluso cuando no conduce a una carrera política, este tipo de emprendimiento siempre implica ventajas pecuniarias, tanto directas (invitaciones a conferencias, contratos publicitarios y editoriales, venta de productos como camisetas y calcomanías, fondos públicos) como indirectas (condonación de deudas tributarias, préstamos, acceso a autoridades).” (Rodrigo Nunes, “Pequenos fascismos, grandes negócios”, Piauí, oct. 2021).
  162. 162 No es raro que, durante un piquete en un centro comercial, aparezca alguien con un parlante portátil tocando Racionais MC’s, SNJ, 509-E, DMN, entre otros grupos de rap nacional, que surgieron en la década de 1990 cantando la guerra civil, no declarada, en curso en las periferias brasileñas. Durante la década siguiente, la contradicción social expresada en las letras adquiriría contornos cada vez más ambiguos, entre la resistencia y la adhesión a la competencia generalizada. En los versos que afirman que «hoy es la realidad que puedes interferir» y que «el futuro será consecuencia del presente» (Racionais MC’s), o que «si luchas, vences» (SNJ), la convocatoria puede representar el llamado a una lucha en la que la conquista solo es posible a través de la injerencia colectiva en el presente: la lucha social. Pero también puede ser la expresión de una condición objetiva que se impone a todos aquellos para quienes la vida cotidiana es una sucesión de batallas por la supervivencia, como los “desempleados, con sus hijos hambrientos y una familia numerosa” (SNJ). Es necesario “no medir esfuerzos” (SNJ) o, como explican las letras compuestas por los propios repartidores, ser “ninja” y “arriesgar la vida” tanto en el ajetreo diario como para frenar el sistema –“todo el día en esta lucha” ambivalente. (Racionais MCs, “A Vida é Desafio” en Nada como um dia após o outro dia, 2002; SNJ, “Se tu lutas tu conquistas” en Se tu lutas tu conquistas, 2001; Sang, “Diz pro iFood”, Rzl Prod., 2020 y Família019 CPS, “22 de junho de 2020”, https://youtu.be/FFGKYpNpzK4.)
  163. 163 Leandro Machado, “Eleições municipais 2020: os entregadores e motoristas do Uber que viraram candidatos”, Folha de S. Paulo, 13 nov. 2021.
  164. 164 Para una reflexión crítica sobre la trayectoria del MST, ver “MST S.A.”, Passa Palavra, 8 abr. 2013 y Ana Elisa Cruz Corrêa, Crise da modernização e gestão da barbárie: a trajetória do MST e os limites da questão agrária, tesis doctoral, UFRJ, 2018.
  165. 165 Paula Salati, “MST inicia captação de R$ 17,5 milhões no mercado financeiro para produção da agricultura familiar”, G1, 27 jul. 2021; Maura Silva y Luciana Console, “Fundo de investimento permite financiar cooperativas de pequenos agricultores”, MST, 22 mayo 2020.
  166. 166 “A pesar de las dificultades enfrentadas por la falta de ayudas [en la pandemia], políticas de promoción y acceso al crédito, las campesinas y campesinas siguen impulsando soluciones”, dice un pequeño balance de la operación financiera publicado en el sitio web del MST. Para los miles de interesados que no pudieron adquirir sus cuotas, el movimiento promete repetir la dosis pronto (Lays Furtado, “Finapop consolida horizontes de investimentos para a agricultura familiar camponesa”, MST, 28 oct. 2021). Sobre la gestión financiarizada del conflicto social que surge de esta y otras iniciativas, estructuradas para captar “flujos de ingresos generados por acciones sociales”, véase Isadora Guerreiro, “Impacto Social, Apps e financeirização das lutas”, Passa Palavra, ago. 2021 y “O futuro dos trabalhadores é a rua?”, Passa Palavra, 14 feb. 2022.
  167. 167 “El sistema de puntuación fue originado por los movimientos populares urbanos del campo Democrático Popular, y sirve como fila, no solo para el acceso a los procesos de construcción, sino para cualquier otra relación entre la familia y la organización.” A partir de una herramienta de control interno, destaca Isadora Guerreiro, el MTST también haría del registro un instrumento de negociación con el gobierno. A mediados de 2010, un colectivo ya alertó del uso del control de presencia en “asambleas, reuniones políticas o actos públicos considerados importantes por la dirección”, e incluso en acciones de “campañas electorales”, para determinar quién tenía acceso “a las promesas” del movimiento: casas, becas en facultades, cursos de formación, loteos”. Esto fue cuando el registro no era “también un medio de control y vigilancia para (…) la rendición de cuentas del movimiento al Estado, en razón de los convenios y alianzas similares establecidas con éste”. (Isadora Guerreiro, Habitação a contrapelo: as estratégias de produção do urbano dos movimentos populares durante o Estado Democrático Popular, tesis doctoral, FAU-USP, 2018 y Passa Palavra, “Entre o fogo e a panela: movimentos sociais e burocratização”, Passa Palavra, 22 ago. 2010).
  168. 168 “Núcleo de tecnologia - Setor de formação política - MTST”.
  169. 169 Francesc e El Quico, “Notas em defesa da centralidade do conflito”, cit.
  170. 170 Una comparación de la serie histórica de huelgas se encuentra en DIEESE, “Balanço das greves de 2018”, Estudos e Pesquisas, n. 89, abr. 2019.
  171. 171 Un grupo de militantes, “Mira como ha cambiado la cosa”, cit.
  172. 172 Según el “Balanço de greves de 2017” del DIEESE, “(…) el énfasis defensivo de la agenda huelguística continúa, pero hay algunas rupturas, algunas discontinuidades. Puede decirse, brevemente, que el aspecto civilizador de los golpes defensivos empieza a relativizarse. En otras palabras, sin dejar de abordar aquellos derechos históricamente vulnerados, las huelgas se dan cada vez más en el campo de las reacciones inmediatas y urgentes: contra los despidos y contra el atraso en el pago de salarios”. (DIEESE, Estudos e Pesquisas, n. 87, sep. 2018).
  173. 173 Entre 2009 y 2014, se produjeron huelgas explosivas en las obras de las usinas hidroeléctricas Jirau, Santo Antônio y Belo Monte, el Complejo Portuario de Suape, la Refinería Abreu e Lima y el Complejo Petroquímico de Río de Janeiro – “la huelga no es, terrorismo”, explicaría un trabajador de Jirau cuando filmó con su celular el incendio en las habitaciones de la obra. Ver, además del documental Jaci: sete pecados de uma obra amazônica (Caio Cavechini, 2015), la investigación de Cauê Vieira Campos (Conflitos trabalhistas nas obras do PAC: o caso das Usinas Hidrelétricas de Jirau, Santo Antônio e Belo Monte, disertación de maestria, UNICAMP, 2016) y Rodrigo Campos Vieira Lima (Desenvolvimento e Contradições Sociais no Brasil contemporâneo. Um estudo do Complexo Petroquímico do Rio de Janeiro – Comperj, disertación de maestria, UNESP, 2015).
  174. 174 Para el entonces alcalde Fernando Haddad, la huelga de los choferes y cobradores de São Paulo ante la ausencia del sindicato no fue precisamente una huelga, sino “una guerra de guerrillas inadmisible. ¿Cómo te subes al autobús y le dices al pasajero que se baje? ¿Subir al autobús y tirar la llave? (“Greve de ônibus trava SP, e Haddad fala em ‘guerrilha’”, ANTP, 21 mayo 2014). A raíz de los conflictos de transporte que sacudieron al país, a esa ola de cierres salvajes entre mayo y junio de 2014 se sumaron protestas y “molinetazos” [evasiones] de pasajeros en terminales de buses y estaciones de metro. Para registros de estas luchas en diferentes ciudades, ver “Sem choro nem vela: paralisações no transporte em Goiânia”, Passa Palavra, 18 mayo 2014; “De baixo para cima: a greve dos rodoviários em Salvador”, Passa Palavra, 27 mayo 2014 y “São Paulo: greve dos metroviários e catracaço dos usuários”, Passa Palavra, 5 jun. 2014.
  175. 175 Eli Friedman, Insurgency Trap: Labor Politics in Postsocialist China, Londres, ILR Press, 2014, p. 13. A principios de la década de 2010, los activistas e intelectuales que siguieron las huelgas en China todavía “esperaban un cambio general de acciones ‘defensivas’ a acciones ‘ofensivas’, en las que los trabajadores buscarían aumentos salariales más allá de las leyes y regulaciones existentes, en lugar de ‘reaccionar’ cuando los jefes los empujaban demasiado lejos y no cumplían con las normas legales. En los años que siguieron, sin embargo, estas demandas ‘reactivas’ (por salarios no pagados, seguridad social, etc.) siguieron siendo dominantes en las luchas laborales”. (Chuang, “Picking Quarrels”, Chuang 2: Frontiers, 2019).
  176. 176 La ola de huelgas de la década de 2010 no fue un indicio del “surgimiento de un ‘movimiento obrero’ tradicional, ni nada por el estilo. No existe tal movimiento en China, y no se debe simplemente a la represión, porque tampoco existe tal movimiento en Europa, Estados Unidos o cualquier otro lugar sin la característica de opresión ‘dura’ de la política estatal china”. (Lorenzo Fe, “Overcoming mythologies: An interview on the Chuang project”, Chuang, 15 feb. 2016).
  177. 177 G., “Scaling the Firewall, 1: #LiftTheBucket”, Chuang, 24 sep. 2020.
  178. 178 Francesc y El Quico, “Notas em defesa da centralidade do conflito”, cit.
  179. 179 La difusión de demandas es otro síntoma de la pérdida de forma de las luchas. En junio de 2013, la existencia de un interlocutor organizado, el Movimento Passe Livre (MPL), aún perfilaba mínimamente los disturbios callejeros, especialmente en São Paulo. “La explosión de la revuelta es (…) también la explosión del sentido y, en la medida en que esa explosión haya que contenerla, el mantenimiento de la agenda (en la que se compromete el MPL) jugará un papel limitante fundamental” (Caio Martins e Leonardo Cordeiro, “Revolta popular: o limite da tática”, Passa Palavra, 27 mayo 2014). Años más tarde, en Francia, la insurgencia de los chalecos amarillos pareció volverse más radical a medida que la agenda inicial del impuesto a los combustibles perdía importancia; de hecho, entre los manifestantes hubo incluso quienes defendieron abiertamente que no se debe exigir nada, para no darle al Estado la llave de la desmovilización (ver “On se bat pour tout le monde”, Jaune - Le journal pour gagner, 6 jan. 2019).
  180. 180 En español, Endnotes, “¡Adelante bárbaros!”, La Peste, jun. 2021.
  181. 181 La expresión, utilizada por Chris King-Chi Chan para describir los conflictos fabriles en China, curiosamente coincide con la síntesis del marxista brasileño Luiz Carlos Scapi sobre las protestas de junio de 2013: “movimiento de masas sin organización de masas” (ver C. K. Chan, The challenge of labour in China: strikes and the changing labour regime in global factories, tese de doutorado, University of Warwick, 2008).
  182. 182 Adrian Wohlleben, “Memes Without End”, Ill Will, 16 mayo 2021. Ver también Paul Torino y Adrian Wohlleben, “Memes With Force – Lessons from the Yellow Vests”, Mute, 26 feb. 2019.
  183. 183 Baste recordar cómo esa violencia popular anónima y difusa que conmocionó la actualidad brasileña durante los disturbios de junio de 2013 – en ese momento, simplemente llamada “vandalismo” o “motín” – fue reemplazada paulatinamente, ya en las postrimerías de las grandes manifestaciones, por la figura cristalizada mediática del black bloc. El reflujo de los conflictos se hace visible cuando lo que antes se viralizaba y se convertía en meme se reduce a una marca estática o una puesta en escena simbólica de la revuelta. Algo de eso hay en la insistencia de “no volver a la normalidad” de los incansables manifestantes, que continúan reuniéndose regularmente en la inhóspita rotonda central de Santiago, meses después del punto álgido de la convulsión social chilena; así como en los grupos franceses que, tras el apogeo de la movilización, intentaron transformar los “chalecos amarillos” en una identidad fija.
  184. 184 Eli Friedman, Insurgency Trap, cit., p. 19.
  185. 185 Discutimos en profundidad esta continuidad en “Mira como ha cambiado la cosa”, cit.
  186. 186 En este sentido, Ana Elisa Corrêa y Rodrigo Lima observan que “tales explosiones terminan por agravar la fragmentación generalizada y tornar aún más abstracta la revuelta misma”, lo que termina contribuyendo “a ampliar el entramado de riesgo que conforma el arsenal” de realización de la acumulación de capital hoy en día (“Revolta popular e a crise sistêmica: a necessária crítica categorial da práxis, Anais do XIV Encontro Nacional de Pós-Graduação e Pesquisa em Geografia, Editora Realize, 2021).
  187. 187 Entrecerrando los ojos en medio de los espejismos geopolíticos que rodearon las protestas de Hong Kong de 2019, un grupo de activistas se encontró con una aparente paradoja: “¿Cómo es posible que el grupo menos abiertamente político, el que parece no querer nada más que ver la ciudad arder? – es, de hecho, el único con una intuición certera del terreno político real? Esto se debe a que, por un lado, su propia falta de coordenadas políticas es un reflejo exacto del estado de la conciencia colectiva del movimiento. Su acto literal de destrozar la ciudad es también un despliegue figurativo de la base política e ideológica de la ciudad”. (“The Divided God”, Chuang, ene. 2020).
  188. 188 Estamos de vuelta en la época del odio de clases… en ausencia de clases en el sentido histórico y marxista del término”, concluye el análisis de otro grupo sobre las protestas contra el pasaporte sanitario en Francia. “Aquí la ira ciertamente se acumula, pero no tiene el carácter de la ‘experiencia proletaria’ que objetivaba la lucha de clases e inscribía en ella ciclos de lucha y, por tanto, continuidades y discontinuidades con períodos de mayor y menor intensidad que se sucedían unos a otros en el tiempo. . (…) Aquí, la sensación de que nada empezó realmente da la impresión de que la temporalidad misma ha desaparecido.” (Temps Critiques, “Demonstrations Against the Health Pass… a Non-Movement?”, Ill Will, 5 oct. 2021).
  189. 189 Sin perspectivas de conquista, las demandas de los trabajadores dan paso a la venganza. En julio de 2021, una estela de destrucción llamaría la atención de los diarios paulistas: en distintos puntos de la ciudad, decenas de autobuses eran abordados por pequeños grupos no identificados que pinchaban neumáticos, cortaban las correas de los motores, rompían vidrios o dañaban las llaves. La misteriosa ola de sabotaje se atribuyó a “ex empleados que fueron desconectados de las empresas de autobuses” (Adamo Bazani, “Polícia faz diligências para identificar autores de vandalismo contra ônibus em São Paulo e classifica participantes como criminosos”, Diário do Transporte, 12 jul. 2021). En 2019, un colectivo de jóvenes despedidos de trabajos precarios en pequeños establecimientos de Italia se organizaron para acosar a sus antiguos “jefes de mierda” yendo a protestar frente a las tiendas con el rostro cubierto con máscaras blancas – “hacerles pagar” podría estar relacionado tanto con la indemnización por despido como con la vendetta (Francesco Bedani e outros, “È l’ora della vendetta?”, Commonware, 12 sep. 2019).
  190. 190 La ocupación de las ruinas de una tienda de comida rápida en Atlanta, incendiada en medio de los disturbios de junio de 2020 en Estados Unidos, luego de que otro joven negro fuera asesinado allí por la policía, y donde adolescentes salían todas las noches “a bloquear las carreteras con lanzallamas, armas, espadas y vehículos”, ilustra bien esta dinámica. El relato de un grupo de militantes “intoxicados por una mezcla de adrenalina de 17 días seguidos de revuelta, una gran reserva de alcohol saqueado, MDMA” y más, cuenta cómo evolucionaron rápidamente los “aires claramente ‘antipolíticos’” de ese espacio a una mezcla de “paranoia y fatalismo”: “¡Estoy dispuesto a morir por esta mierda!” se escuchó de “jóvenes negros armados hasta los dientes” que se turnaron en la vigilia para “defender un estacionamiento, que contenía poco más que un edificio destruido”, de un presunto ataque inminente de supremacistas blancos o la policía. La ocupación terminaría siendo “privatizada” por grupos identitarios armados, con un saldo de siete tiros y la muerte de un niño de ocho años (Anónimo, “At The Wendy’s”, Ill Will, 9 nov. 2020). En medio de luchas libradas en un contexto de profunda desintegración social, estos activistas encontraron problemas que suenan familiares a quienes intentan organizarse en las periferias brasileñas. En un balance de más de una década de “intentos de crear ocupaciones urbanas, asentamientos cercanos a las ciudades, grupos de base en barrios de la periferia”, un militante de Pernambuco relató cómo “algunos buenos resultados no parecían compensar los fracasos y frustraciones, que se acumulaban. Las valoraciones eran recurrentes: la extrema pobreza dificultaba la disciplina, (…) la juventud alejada de los objetivos políticos, la rápida rotación hacía que la formación empezara siempre desde cero. Es un diálogo de sordos, dijo un dirigente. No podemos permitir que nuestras movilizaciones se conviertan en clínicas de recuperación, dijo otro. La percepción general es que son un pueblo degenerado, casi incapaz de organización social. (…) No tenemos palabras en nuestro vocabulario, conceptos en nuestras teorías, páginas en nuestros cuadernillos y espacio en nuestras reuniones para asimilar la desgarradora realidad de la periferia.” (Carolina Malê, “Critérios da periferia”, Passa Palavra, 14 sep. 2010).
  191. 191 La idea de “movimientos no sociales” parece haber sido acuñada por el sociólogo iraní-estadounidense Asef Bayat, en estudios sobre las transformaciones en las ciudades de Medio Oriente, y más recientemente utilizada por el autor para reflexionar sobre el origen de “ revoluciones sin revolucionarios” que se extendió por la región a principios de la década pasada (ver A. Bayat, Revolution without revolutionaries: making sense of Arab Spring, California, Stanford University Press, 2017, p. 104-108, y N. Ghandour-Demiri y A. Bayat, “The urban subalterns and the non-movements of the arab uprisings: an interview with Asef Bayat”, Jadaliyya, 26 mar. 2013). Según Bayat, “existen tensiones constantes entre las autoridades y estos grupos subalternos, cuyo sustento y reproducción sociocultural depende muchas veces del uso ilegal de los espacios públicos externos. La tensión a menudo está mediada por sobornos, multas, enfrentamientos físicos, castigos y encarcelamientos, si no está puntuada por una inseguridad constante, por tácticas de guerrilla como ‘operar y huir’. (…) El vínculo entre los no-movimientos y el episodio de las revueltas radica en que los ‘no-movimientos’ mantienen a sus actores en constante estado de movilización, aunque éstos permanezcan dispersos, o sus vínculos con otros actores permanecen a menudo (pero no siempre) pasivos. Esto significa que cuando sienten que existe una oportunidad, es probable que forjen protestas colectivas coordenados, o se basan en una mayor movilización política y social” (The urban subalterns and the non-movements of the arab uprisings, cit.). Curiosamente, uno de los ejemplos que menciona el sociólogo son los “miles de motociclistas que sobreviven trabajando ilegalmente en las calles de Teherán, transportando correo, dinero, documentos, bienes y personas, en constante conflicto con la policía” (A. Bayat, Revolution without revolutionaries, cit., p. 97).
  192. 192 A. Bayat, Revolution without revolutionaries, cit., p. 106-108.
  193. 193 Temps Critiques, “Sur la valeur-travail et le travail comme valeur”, Lundi Matin, 22 nov. 2021.
  194. 194 En los últimos meses de 2021, renunciar también se convirtió en un meme en Estados Unidos. En una sesión de selfies en TikTok, una joven trabajadora de comida rápida salta por la ventana del autoservicio mientras, riendo, anuncia su renuncia al gerente. Con el hashtag #antiwork, circula el video en el que una trabajadora usa los parlantes de un supermercado para maldecir a los jefes y declarar su partida, junto a fotos de tiendas sin encargados, donde un cartel escrito a mano explica que todo el personal se auto despidió. Los memes dan cuenta de una onda dimisionaria mucho más amplia (4 millones de renuncias por mes), descrita por un ex-Secretario del Trabajo como una “huelga general no oficial” – la cual no deja, también, de ser una señal de la pérdida de forma del trabajo. Entre reportajes, chistes y denuncias contra empresas y patrones, publicaciones en foros en línea como Antitrabajo: ¡Desempleo para todos, no solo para los ricos!) oscilan entre el anarquismo y el “autoemprendimiento” – con cierta frecuencia, “ser tu propio jefe” aparece como una alternativa a los trabajos de mierda. (Ver Robert Reich, “Is America experiencing an unofficial general strike?”, The Guardian, 13 oct. 2021 y Passa Palavra, “Greves e recusa ao trabalho nos EUA e no mundo: novo ciclo de lutas?”, Passa Palavra, oct. 2010).
  195. 195 “En estas reacciones recientes contra el trabajo, se mezclan gritos de sufrimiento, frustración y revuelta, en una expresión que en un principio no es colectiva, sino particular, individual y subjetiva. Ver una conciencia colectiva sería una ficción, porque, hoy, es la noción y la experiencia de una conciencia colectiva la que tiende a cambiar, disolverse, descomponerse, ya que, del trabajo, sólo salen ‘experiencias negativas’ – y negativas en el sentido original del término, y no en el sentido hegeliano y marxista (…). De la misma manera que el proletariado ya no puede afirmar una identidad de clase obrera, ya no puede referirse a una ‘experiencia proletaria’ – y sólo existe políticamente, en este sentido, en “sus acciones inmediatas”: frágiles e inestables paréntesis que se cierran tan pronto como cesa el conflicto. (Temps Critiques, “Sur la valeur-travail et le travail comme valeur”, cit.). Paulo Arantes ya había situado “esta recentralización negativa del trabajo en el origen de la actual explosión de un nuevo sufrimiento en las empresas y en las sociedades” en un comentario sobre las conclusiones de Christophe Dejours (“Sale Boulot”, cit.).
  196. 196 Endnotes, “¡Adelante bárbaros!”, cit.